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LNE FRANCISO GARCIA

Billete de vuelta

Francisco García

Un francés y un inglés

Los galos, que nos enseñaron un par de cosas sobre la libertad, salvan a Europa

Es preferible un francés a un inglés; a un ciudadano y a una forma de ser, me refiero, no a una práctica sexual o a un futbolista, que también. No es sólo la lección de europeísmo que los galos acaban de dar a un continente temblón y sacudido por fuerzas destructoras, frente a unos británicos que han huido de una casa común en la que sólo se sentían conformes a la hora del postre cuando se repartían licores y pasteles.

No es sólo eso, no: es más. Los ingleses no saben divertirse a causa de su herencia calvinista, que les impone como cilicio un permanente sentimiento de culpa. Profesan un temor reverencial al gozo y de ahí su afición a la cerveza, el remedio casero contra los rigores de la inhibición. Un inglés no bebe para olvidar: bebe para parecer francés.

Los franceses, por contra, son campeones del disfrute. Sensuales y entregados a los deleites, no temen que Dios vaya a condenarlos al averno sólo por los pecados de la carne, ocurran en la cama o se sirvan emplatados, con el riego incomparable de un Château Lafite Rothschild.

Los ingleses son renegados tendajeros con la peor cocina del mundo que consideran a los franceses unos ávidos devoradores de ranas y una nación de desocupados maestros de baile. Aunque, como escribió con acierto y sorna Anthony Burgess, cualquier inglés con cierta lógica hubiera preferido nacer en Francia.

Y para colmo, el himno de los ingleses tiene su origen en la curación de una fístula anal del Rey Sol de Francia. Dicho queda todo. Además de habernos enseñado al resto un par de cosas acerca de la libertad.

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