El PSOE elige hoy a su nuevo secretario general. El resultado será determinante para el país y para esta formación, un pilar de la democracia española. Los ciudadanos han visto a los socialistas despellejarse sin remilgos durante semanas. Sea cual sea el sentido de la votación, a poco que la situación se descontrole planea sobre el partido la sombra de un desgarro por el enconamiento personal al que han llegado las cosas, con insultos y navajazos. La inestabilidad no sólo afecta al PSOE. Otros grupos viven momentos complicados por razones diferentes. Pese a la tensión en la vida pública, la economía progresa como un cohete. Pero cuidado: la aún endeble recuperación no es inmune a cualquier riesgo o amenaza.

La política ya no es razón ni utilidad. Únicamente emoción, con el Congreso convertido en algarada. La siembra de rivalidades mal entendidas, odios y vituperios asemeja más la Cámara a una grada que a un parlamento serio. Efectivamente, los partidos trabajan para hinchas. No importan los argumentos. El sectarismo, la bajeza y las suposiciones actúan como banderín de enganche. Casi ningún político dice de verdad lo que piensa. Los compañeros son apuñalados sin contemplaciones por los aparatos vetustos, y los novísimos, aprendices de brujo rápidos. Todo consiste en la deslegitimación sistemática del adversario. Por eso predomina la incoherencia: lo de hoy no sirve para luego y la melodía suena según el auditorio.

El Parlamento navega como nave al garete, entre la crispación y el trascendentalismo impostado. Al PP le ha surgido con la corrupción una brecha enorme que intenta minimizar colocándose de soslayo. La Justicia tarda pero llega. Y desnuda una época de oropeles por arriba y mordidas por debajo. El PSOE presenta como regeneración una maniquea desavenencia interior, pelea por el poder llena de saña. Propuestas ninguna, simplezas todas. Podemos, ya casta, cabalga hacia su objetivo, que no es el gobierno, impopular y latoso porque obliga a decidir y desgastarse, o la gente, siempre escudo humano del ardor guerrero, sino el PSOE. En la galopada, el fin justifica cualquier medio. Ciudadanos busca desesperadamente su espacio, da bandazos para encontrarlo e incurre en contradicciones.

Frente al complejo panorama político, el de la recesión empieza a despejarse. España es, junto a Alemania, la locomotora de Europa por el empuje de la industria y el turismo. La facturación de las empresas creció un 7,1% en los primeros meses de este 2017. El tirón obliga a rehacer con optimismo las previsiones de PIB y de empleo. El consumo, la inversión y el comercio exterior carburan a gran ritmo.

La buena ola pilla al Principado en la cola. La región registra su tercer año de crecimiento. Triste consuelo, porque progresa con una lentitud exasperante. Debería acelerar a fondo para recortar la brecha con las autonomías líderes. La debacle de los mercados sí ayudó a un cambio positivo: la asturiana es ya una economía abierta, basada en las exportaciones. El empleo constituye su desafío. España recuperó el 40,5% de los 3,67 millones de puestos destruidos durante la crisis. Asturias, que perdió 77.000, sólo rehízo el 30%. A este paso, de no surgir otros nubarrones inesperados, la comunidad tardará siete años en alcanzar la ocupación previa al desplome. Asturias necesita con urgencia transformaciones, y un impulso modernizador para incentivar el dinamismo.

Hay, por supuesto, sombras. La clase media, gran damnificada del estallido junto a los jóvenes, pierde poder adquisitivo. El envejecimiento desboca el gasto sanitario, que en el país crecerá en 5.800 millones en la próxima década. Las pensiones penden de un hilo. La recaudación fiscal mengua con sueldos menores. La gran duda es si la aceleración puede seguir sustentándose a base de contener costes, en particular los salariales. Las cuentas de las administraciones andan severamente tocadas. "Venimos de una crisis por borrachera de gasto público y algunos se quieren ir de copas para celebrarlo", afirmó Montoro en el último debate sobre los Presupuestos. La oposición le quiere conducir al degolladero por decirlo. Puede que el Ministro recurriera a una expresión desafortunada, pero no sin fundamento. A nadie le gusta escuchar verdades incómodas. Callarlas no elude los sacrificios.

Los empresarios apenas confían en que los gobiernos y los parlamentos les resuelvan algo por la complicada aritmética de escaños y el juego de intereses electorales de las bancadas en pugna. Un pacto por la educación, un marco regulatorio simplificado, potenciar los aprendices, una administración eficiente, una ciencia de altura, garantizar las jubilaciones? ¿Han visto a diputados y partidos ponerse a trabajar en algo de esto? La vida va por un lado; la política, por otro. Sigue siendo una actividad tan endogámica como antaño. Si no más. Sus protagonistas, encapsulados, recocidos en sus propias salsas y ajenos al mundo real, pueden acabar destrozando lo que tanto costó remontar. Nada sale gratis, ni existe despegue económico blindado contra las torpezas.