Los militantes han devuelto en volandas a Pedro Sánchez a la secretaría general del PSOE. Algunos sostienen que se trata de una resurección, otros piensan que al viejo partido socialista le quedan dos telediarios. De estos últimos, el que con mayor fuerza lo desea es Pablo Iglesias, que ayer sin apenas esperar le tendió a Sánchez la primera trampa ofreciéndole retirar la moción de censura contra Rajoy a cambio de que él registre la suya.
La moción de censura va a ser un asunto recurrente de aquí al congreso socialista. Después también lo seguirá siendo. Iglesias tiene una buena baza para ahondar en la división y en las contradicciones de Sánchez, un veleta en busca de fortuna que tendrá que averiguar hacia donde quiere dirigir el partido en esta encrucijada. La contumacia del "no es no" le ha servido para ganar la confianza de los allegados, no le valdrá con el resto.
El nuevo secretario del PSOE sueña con una mayoría alternativa en el parlamento que no está al alcance de su mano en estos momentos liderar. Conseguirla en una convocatoria electoral futura tampoco parece lo más probable aun poniéndose de acuerdo con Podemos que aspira a que sólo exista una izquierda relevante en el país tras deshacerse de los socialistas. Para lograrlo, después de haber fracasado dos veces sucesivas de manera estrepitosa, tendría que convencer a muchos electores de que es fiable porque la militancia que se ha rebelado contra la vieja dirección así lo cree. Gustar a 74.000 afiliados no es lo mismo que a cinco millones de votantes.
Pero el futuro vuelve a ser impredecible, tratando de averiguarlo no haremos otra cosa que equivocarnos.
