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La izquierda que lo cura todo

Pedro Sánchez y lo que vende entre la militancia socialista

Todavía recuerdo cuando la izquierda -fuera y dentro del PSOE- se reía de Pedro Sánchez, y no es por presumir de memoria, porque apenas hace un año o año y medio de las risas y burlas y acusaciones y malévolos chismorreos. Que si era un producto de marketing político, ideológico y odontológico. Que si sus tuits combinaban una dislexia incipiente con una cursilería crónica. Que si le invitaron a una conferencia en Washington y se perdió por el camino. Que si había dado instrucciones para que no facilitara a nadie su tesis doctoral -y nadie, en efecto, la ha podido leer hasta hoy- porque, supuestamente, era muy, pero muy flojita, más flojita de lo que suelen serlo las tesis doctorales en las universidades privadas. Que si se había cargado a Tomás Gómez con el pie puesto fuera de los estatutos del partido. Lo que ha ocurrido entre ese Sánchez entre risible e irrelevante y la jornada del domingo es la abstención de los socialistas que posibilitó la investidura presidencial de Mariano Rajoy y la negativa del secretario general a suscribirla, con dimisión como diputado incluida. Para demostrar que Sánchez es una figura ligada a una oportunidad basta con imaginar que la comisión gestora del PSOE hubiera mantenido el voto negativo a Rajoy, precipitando muy probablemente nuevas elecciones en el pasado octubre. Porque, sustancialmente, ese es todo el relato propagandístico del ganador: yo no quería convertir a Rajoy en presidente y ellos sí. Un argumento que no es del todo falso, pero que reclama muchos matices, puntualizaciones y responsabilidades compartidas. En todo caso los dirigentes del PSOE se equivocaron en no pactar con el PP, directa y explícitamente, las condiciones de la investidura. Ni siquiera lo intentaron con seriedad.

Como en muchos de sus mítines, en la comparecencia del reelegido secretario general, menudearon los puños alzados al aire. Como la edad no perdona recordé la victoria electoral socialista en 1989. La tercera mayoría absoluta de Felipe González. Varios coches, cubiertos de propaganda socialista, circularon por el centro de mi ciudad celebrando el triunfo. Fue la última vez: nunca se repetiría el cortejo. Por las ventanillas de los vehículos asomaban los puños. Se me antojó extraordinario, después de casi seis años en el poder, que algunos siguieran alzando los puños y mascullando La Internacional. Los gobiernos de Felipe González gestionaban desde un reformismo moderado pero los militantes tenían permiso para sentirse muy de izquierdas, especialmente, en periodo preelectoral. Entonces descubrí que a la inmensa mayoría de los militantes socialistas no les gustaba ser calificados como socialdemócratas, reformistas o ciudadanos de centro-izquierda, no. Eran socialistas, individuos de izquierda, razonables o feroces enemigos de la derechona. Es muy sorprendente descubrir al Sánchez izquierdista: fue elegido por primera vez secretario general con el apoyo de todos los aparatos y aparejos del PSOE como opción moderada frente al más independiente, ideologizado y propositivo Eduardo Madina. Pero es lo que vende entre las bases: la izquierda, como el paracetamol o el profesor Mamadou, cura cualquier dolor. El problema reside, precisamente, en que la militancia del PSOE está sustancialmente más a la izquierda que el votante mesocrático, céntrico, centrista y centrado, que es quien concede mayorías parlamentarias.

Elegir al neófito de una izquierda que consiste en decir no a la derecha, y solamente en eso, no supone siquiera el principio del fin de la crisis del PSOE, cuya situación político-electoral es indescriptiblemente horrenda: a su derecha Ciudadanos ha acampado en los predios centristas y a su izquierda Podemos reclama un populismo de izquierdas cuya tartamuda emulación significa una torpeza. Pablo Iglesias, de inmediato, le ha propuesto a Sánchez que presente su propia moción de censura, que sería apoyada por Podemos, porque hay que reanudar cuantos antes el proceso de carbonización del PSOE.

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