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Tino Pertierra

Las añoranzas de Clint Eastwood

El último cineasta clásico de Hollywood defiende las películas "emocionantes" frente a las "intelectuales" y echa de menos la fantasía individualista del western

La mayoría de los directores que hicieron grande el cine eran poco amigos de reflexionar sobre su trabajo. John Ford, Howard Hawks, Delmer Daves, Raoul Walsh, William Wellman y tantos otros preferían que fueran sus películas las que hablaran por sí mismas sin necesidad de subirse a un púlpito dándose importancia en las entrevistas. Incluso Hitchcock estuvo más bien callado hasta que llegó François Truffaut y le tiró de la lengua para un libro de culto. Clint Eastwood no llega a la altura de esos gigantes pero merodea por los alrededores en sus mayores logros. Se ha ganado a pulso un lugar de privilegio en la historia del que fuera Séptimo Arte, aunque lleve unos años en los que le tiembla demasiado con películas poco emocionantes que no están a la altura del hombre que hizo "Sin perdón".

A sus ochenta y seis años, Eastwood sigue trabajando a destajo y hablando lo menos posible de sí mismo y de su carrera. Dice que es peligroso tomarse en serio a uno mismo y eso le honra. Cuando lo hace, como en el festival de Cannes, es para echar balones pretenciosos fuera, ponderar a sus maestros (olvidando lo mal que se llevó con Sergio Leone, estéticamente en sus antípodas) y desechar cualquier inquietud autoral que vaya más allá del "este material es interesante". Y lo rueda, si es posible con una sola toma para no perder la intensidad inicial del actor.

Cuando Eastwood afirma que "las películas tienen que ser emocionantes, porque no es un arte intelectual" está defendiendo más su forma de entender el cine (acción lo más directa posible, pocos arabescos, nada de monsergas, los diálogos profundos son primos de las pamplinas y el público debe sentir más que pensar) que menospreciando a grandes cineastas mal llamados intelectuales porque detrás de toda película hay muchos intelectos en muchas áreas distintas, ya veremos cuando los guiones se hagan por ordenador. La emoción no es solo estremecerse con el final de la última obra maestra rodada por Eastwood, "Million Dollar Baby", también lo es entrar en los laberintos mentales de Ingmar Bergman, por citar a un autor que no tiene nada que ver, aparentemente, con el realizador norteamericano, o sentir cómo los diálogos de un Joseph L. Mankiewicz te ponen patas arriba tu concepción del mundo en "Eva al desnudo".

Es normal que quien filmó el último gran western cinematográfico (en televisión tuvimos la genial "Deadwood") eche de menos un género "que te transporta a otra época en la que un individuo podía valerse solo por sí mismo, una fantasía hoy casi imposible". Él mismo enfundó el Colt 45 y abandonó las grandes praderas en 1992 tras encarnar al despiadado Bill Munny. Recuerden su filosofía de vida: "Me llamo William Munny. He matado a hombres. He matado mujeres y niños. He matado todo tipo de seres vivientes. Y hoy he venido a matarte a ti".

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