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LNE FRANCISO GARCIA

Billete de vuelta

Francisco García

Carreño se doctora en París

El gijonés Pablo Carreño está derribando muros del circuito con la machacona insistencia de un martillo pilón. El prometedor tenista de hace un par de temporadas, apocado y huidizo, frágil de moral, se ha transformado en una máquina de precisión que devuelve pelotas como un frontón. Ajustó el saque, mejoró su derecha y perfeccionó el revés, su mejor arma, de manera que se ha convertido en uno de los jugadores, entre los jóvenes, más talentosos sobre la arcilla.

Del paso de la temporada anterior a la actual, Carreño ha hecho un máster y está pasando con nota el periodo de prácticas, hasta el punto de encaminarse al cum laude en París, que en tenis alcanzar los cuartos en Roland Garros es como doctorarse en La Sorbona.

Orgullosos están sus padres, Alfonso y María Antonia, y sus hermanas, Lucía y Alicia, que al tercer set tuvieron que abandonar la grada; orgulloso el Grupo Covadonga en pleno, en cuyas pistas de tierra empezó a dar raquetazos cuando no levantaba un palmo del suelo; orgullosos nos sentimos todos los gijoneses de este nuevo referente deportivo de la ciudad, de alardear de contar entre los mejores del ranking con uno de los nuestros.

Tras derrotar a Raonic, número seis del mundo, después de un partido épico, sin concesiones, a cara de perro, de cinco set agónicos y más de cuatro horas de duración, el chaval se echó a llorar ante las cámaras de televisión, lágrimas de alivio tras una enorme tensión contenida. Mas no se engañen: ese tenista que parece un querubín endeble es un asesino con cara de niño que le está cogiendo el gusto al olor de la sangre.

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