Tomás: "Voy a ponerme un poco filosófico. Vale, plasta. Qué le vamos a hacer, siempre me pasa cuando echo la caña a mi cerveza favorita y pesco unas cuantas reflexiones de besugo. Eso decía mi ex: piensas como un besugo cuando bebes de más. Pero no quiero hablar de ella ahora. Ni nunca. Rebobinemos. Yo creo que... No, vamos a quitar esa coletilla de inseguros. Estoy convencido de que la vida es como comprar un artilugio tecnológico por internet y que te llegue con las instrucciones en coreano. Sin traducir. Sin dibujitos. Y tienes en las manos un cachivache indescifrable con botones por todas partes y lleno de utilidades para hacerte la vida más agradable (eso promete la publicidad), pero no sabes cómo usar la mayoría de sus prestaciones más allá de lo básico, que casi siempre suele ser lo único útil. Y eso es la vida, ¿verdad?, te pasas un montón de tiempo intentando averiguar cómo diablos funciona y de qué manera sacarle el mayor provecho, pero te equivocas tantas veces de decisión que con el tiempo terminas conformándote con lo mínimo, no vayas a pulsar el botón equivocado y cargarte la memoria. Ya sé que a muchos les pasa lo mismo, que llegarán al final de sus días sin dominar la técnica. Ahora ya nadie tiene reproductores de vídeo, pero cuando era un objeto de consumo masivo podías rebobinar, congelar o adelantar la cinta. Si pudiera meter mi vida en uno de aquellos trastos es probable que usara muy poco la opción de pausa para disfrutar de un plano memorable, de ésos que no te cansas de ver. La táctica de la prueba y el error puede terminar siendo útil para evitar males mayores, pero lo más normal es que llegue el momento en que prefieras no tocar nada antes de cometer riesgos. Y entonces ya no necesitas libro de instrucciones sino un inventario de renuncias".
