El Ayuntamiento de Gijón anunció ayer a bombo y platillo lo que ya se sabía: que el 30 de junio acaba su relación de patrocinio con el Sporting de Gijón y que hasta aquí hemos llegado y hasta luego, Lucas. El convenio, de cuatro años de duración, que expira ahora, suponía aportar al club 600.000 euros al año procedentes de las arcas municipales mientras permaneciera en Primera División. La cifra menguaba a 450.000 euros si se descendía a Segunda.
El equipo municipal de gobierno tenía desde hace tiempo la mosca tras la oreja en relación con el club más señero de la ciudad en influencia mediática -no así en relevancia social en el municipio, título que corresponde, por número de asociados, al Grupo Covadonga-. Sólo así se explica que hace meses anunciara al club que, contra lo que pretendía, no aceptaría el cambio de nombre de El Molinón con fines publicitarios, y que también el Sporting perdería todos sus derechos sobre la instalación municipal en caso de descenso a Segunda B, lo cual de suceder supondría una catástrofe insalvable.
El Ayuntamiento de Gijón se apresuró a comunicar ayer que el convenio con el Sporting "no es prioritario en las actuales circunstancias" y anunció que los 450.000 euros que se ahorra este año a cambio de la publicidad que aporta a la ciudad el principal club de fútbol se destinarán al fomento del deporte base.
Sólo resta esperar que esa premisa se cumpla, que el deporte minoritario se beneficie del dinero que ya no se va a embolsar el mayoritario. Resulta muy democrático dedicar 450.000 euros al disfrute de veinte mil a los que van a ver once que repartirlo entre once a los que van a ver veinte mil.
