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La biblioteca "necesaria"

Luces para tres decenios de biblioteconomía en la Junta General

Se atribuye a Borges aquella bella frase de que "siempre imaginé el paraíso como un tipo de biblioteca". En las públicas, acosadas por una crisis inmisericorde que esquilma sus recursos, la más variada mezcla humana se junta en torno a los títulos más diversos de las más diversas materias. ¡Pura vitalidad!

Las bibliotecas especializadas, por contra, fueron, más que son, el refugio de los que buscaban completar saber "de lo suyo", confirmar o argumentar, buscar razones de autoridad a sus tesis, escritos e informes o ayudar en nuevos proyectos actuando "sobre seguro". Entre las especializadas la variedad es enorme. Apenas conocidas, las bibliotecas parlamentarias forman "islas" en sus respectivos territorios. Y la relevancia de ellas depende mucho de la sensibilidad lectora e inteligencia de políticos y letrados. Pero, sea cual sea ésta, la labor parlamentaria hace imprescindible la existencia de unos servicios documentales que aporten materiales informativos para la emisión de informes fiables, el conocimiento de estudios comparados en las materias a legislar o controlar y la bibliografía indispensable sobre procedimientos y fundamentos de derecho constitucional y parlamentario. Dicho así, de seguido, suena árido. Visto de cerca para el especialista lo es menos.

La Biblioteca de la Junta General, el parlamento asturiano, cumplió este 2017 los 30 años de existencia física en un espacio luminoso de la primera planta del Palacio de la calle Fruela. Tres amplios ventanales al vecino parque de San Francisco sirven de marco verde para un local en planta baja con armarios, mesas, ficheros y estantes repletos de libros, y otra alta de corredor corrido también llena, todo ello en madera de hermosa fábrica. Queda constancia que la inauguración oficial fue un martes 10 de marzo de 1987. El presidente de la Junta lo anunciaba el día antes en la reunión de la Mesa de la Cámara. Dice el acuerdo: "El señor presidente informa que mañana, a las once de la mañana, tendrá lugar la inauguración de la Biblioteca de la Junta General, celebrándose la presentación y una rueda de prensa. Al final del acto se servirá un café o vino español".

Apenas un año antes daba el órgano rector del parlamento vía libre a "las obras de instalación de la Biblioteca de la Cámara a ubicar en la planta baja del Palacio cuya ejecución resulta extremadamente urgente dada la necesidad de tan esencial elemento para desarrollar los trabajos de documentación del Parlamento". Aún antes de aprobarse el proyecto para la Biblioteca, cuando se redactó en 1985 el Reglamento que regía la vida parlamentaria se reservó un artículo específico a este servicio que en la actual normativa permanece y establece, con inusual detalle, que "la Junta General deberá poseer una biblioteca con un fondo bibliográfico y documental adecuado a las necesidades del Parlamento" y "el presupuesto de la Cámara contendrá anualmente una consignación para la biblioteca".

Desde el presente inspira ternura la imagen de aquellos estantes de entonces poblados de enciclopedias jurídicas, boletines oficiales, parlamentarios o de gobierno, cuidadosamente encuadernados, repertorios de legislación y jurisprudencia, conviviendo con monografías y revistas especializadas con huecos aún libres.

Concebida para uso preferente de la Junta General, la Biblioteca del Palacio acogió siempre a quien lo precisara y, además de letrados de la Cámara, diputados lectores o funcionarios propios y de otras administraciones, fue lugar de trabajo de opositores, investigadores, profesores universitarios y ciudadanos.

El rápido desarrollo de las tecnologías de la información y la explosión de internet cambiaron la concepción y el trabajo bibliotecario, en particular el nuestro. Lo favorecieron a nivel técnico y ampliaron posibilidades. Los repertorios y bases documentales relegaron el papel; se transformaron las publicaciones oficiales. La función del documentalista se abrió paso para el control de los fondos en red. Pero los libros especializados, la mayoría aún impresos, o mixtos, siguen siendo imprescindibles y la Biblioteca, siempre en proceso de renovación, lo demuestra. En depósitos se conservan viejos volúmenes o ediciones pasadas de títulos de referencia, además de colecciones a las que no es infrecuente recurrir.

En la web de la institución (la transparencia y la información abierta se imponen) un catálogo con cada vez más materiales de acceso libre ofrece descripciones de veintiún mil monografías, cuarenta y seis mil artículos y casi cuatrocientas publicaciones periódicas. Los libros salen en préstamo; los documentos especiales en pdf han aparcado a las fotocopias y la información periódica o temática en el portal parlamentario pretende adelantarse a las necesidades.

Puede decirse en tono poético que dormitan los libros en los estantes de la Biblioteca. Hace tiempo que la consulta en sala quedó en segundo plano, pero sigue siendo una oferta necesaria. Es el signo de los tiempos. La biblioteca especializada está para responder rápido y de forma pertinente a demandas puntuales. Y ha de hacerlo con seguridad. Carece de la viveza bulliciosa diaria de las bibliotecas públicas, a veces envidiada.

Para finalizar una reflexión: sabemos que una buena biblioteca no garantiza un buen parlamento, pero ¿puede un parlamento carecer de una buena biblioteca?

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