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Eduardo Lagar

La siesta suicida

La desesperante lentitud asturiana a la hora de caerse del guindo y revitalizar el tesoro del Prerrománico

El aislamiento y la pobreza milenaria de Asturias nos regalaron la delicia del Prerrománico, el único patrimonio que nos diferencia del resto seres humanos; lo que realmente nos coloca en el mapa mundial de la cultura. De no haber sido éste un finisterre de campesinos ensimismados en sus montañas, de no haber sido esas piedras preservadas por nuestra miseria económica, los distintos estilos arquitectónicos habrían ido superponiéndose para actualizar y ampliar esos templos. Y ya nada quedaría de la exquisitez e inteligencia con la que fueron levantados 1.200 años atrás.

Pero es el olvido un barniz muy cabrón y llegado el tiempo de rascar y sacar lustre por fin a este regalo que el tiempo nos dio, nosotros, ingratos obstinados en limitar el horizonte al muro mental de la Cordillera -o, peor, a los límites de nuestro valle o huerta- preferimos que el brillo del arte de la Monarquía Asturiana se escurriera por el desagüe de la desidia ciudadana, del enredo político suicida o del patético paletismo de los muchos que quisieron desvirgarse como modernos en la gestión cultural.

La teoría de la relatividad asturiana dice que las horas del mundo tardan aquí años en pasar y que hace falta medio siglo de riña de gatos para que caigamos del guindo y hagamos lo evidente. Bien por este proyecto para abrir por fin en el Naranco el espacio sagrado que se merece la belleza de Santa María y Liño. Bien por quien haya decidido que la heroica ciudad deje de dormir la siesta y despierte a un futuro que lleva mil años esperándola.

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