La Nueva España

La Nueva España

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

LNE FRANCISO GARCIA

Billete de vuelta

Francisco García

No hay elegía para Fandiño

De cuando los poetas glosaban a los toreros que dejaban su vida en la arena del redondel

Pocas elegías se han escrito en lengua castellana de la grandeza lírica que alcanza la que García Lorca dedicó a su amigo y torero Ignacio Sánchez Mejías, padrino de poetas de la Generación del 27, de quien dicen que, cansado de vivir y de ver mundo, reapareció para morir en las astas de un toro. Fue "Granadino" el astifino morlaco que le corneó el muslo derecho al iniciar la faena de muleta sentado en el estribo. Herido, rechazó que le operaran en la enfermería de la plaza de Manzanares y pidió volver a Madrid. La ambulancia se retrasó, la herida entró en gangrena y el diestro murió la mañana del 13 de agosto de 1934, dos días después de la cogida.

Hubo una época en que la literatura ensalzaba a los toreros. La muerte de Sánchez Mejías también la lloró Miguel Hernández con perlas de excelsa belleza: "Se citaron los dos para en la plaza / tal día, y a tal hora, y en tal suerte: / una vida de muerte y una muerte de raza". También Alberti, que hizo el paseíllo con Sánchez Mejías, dedicó un sentido poema a "El Gallo": "Llora, giraldilla mora / lágrimas en tu pañuelo".

Nadie ha llorado a Fandiño desde las cuartillas; nadie ha escrito, del torero fallecido de mortal y rosa en una plaza francesa, versos crudos como los de Lorca a su amigo: "El otoño vendrá con caracolas, / uva de niebla y monjes agrupados, / pero nadie querrá mirar tus ojos / porque te has muerto para siempre".

Fandiño vio cumplido su contrato tétrico con la vida en ese pequeño círculo movedizo sobre la arena del tamaño del disco de luz que dibuja un reflector en las tablas de un teatro: el sitio de la muerte.

Compartir el artículo

stats