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El reto de frenar la caída de población | Análisis

Eduardo García

Europa mira al invierno demográfico astur

El Parlamento Europeo es una maquinona de alta burocracia y plazos largos. Abstenerse impacientes. Cuando los eurodiputados de la Comisión de Desarrollo Regional escucharon anteayer en Bruselas el texto del informe sobre políticas de cohesión en territorios despoblados (presentado por España), ni hubo grandes discusiones ni mucho menos prisa. Primero, porque se trata de una declaración de intenciones que no habla de dinero. En segundo lugar, porque hay todo un mundo por delante. Se trata de buscar fórmulas para frenar el desierto demográfico con planes que serán puestos en marcha en el tramo cronológico 2021-2027.

A esas alturas, muchos del medio millar de pueblos asturianos en peligro inminente de quedarse en nada (con menos de media docena de habitantes) habrán echado el candado.

Corregir el desequilibro poblacional va a ser uno de los caballos de batalla de la nueva política comunitaria. Quienes siguieron los debates de la sesión del pasado martes en la capital belga se habrán dado cuenta de que estamos ante un problema global de ámbito comunitario. Asturias se desangra en lo demográfico pero no somos una víctima ajena al discurrir de gran parte del país y de una porción no desdeñable del continente.

El dinero no lo es todo pero ayuda lo suyo. Lo que se ha puesto sobre la mesa en Bruselas es la necesidad de que la variable despoblamiento tenga más peso a la hora del reparto. El problema es que hay muchos a poner la mano. En el sur, por supuesto; en el norte, también. En Suecia hay trabajadores que utilizan todos los días el avión para recorrer 600 kilómetros de distancia entre sus casas y la empresa. No es un trayecto entre ciudad y ciudad (eso pasa en España), sino entre pueblos y ciudad. Ellos ya cobran un plus de dispersión que Asturias ni otras muchas regiones aún no huelen. Hay otra diferencia: ellos son ricos; nosotros no.

Dieciocho municipios asturianos tienen una densidad de menos de diez habitantes por kilómetro cuadrado. Son concejos en su mayor parte pequeños. La tendencia es esa: cuanto más reducido el territorio, menos habitantes en su padrón. Dicho así suena paradójico y cabría pensar en la necesidad de una nueva vertebración del mapa municipal astur, aunque esta esa otra historia.

La densidad poblacional asturiana es de 99 habitantes por kilómetro cuadrado. No está mal. Si retiramos la superficie y la población de Oviedo y Gijón, la densidad resultante se queda en unos 52 habitantes. O sea, la mitad. Asturias va a seguir perdiendo población, según todas las estimaciones. El Instituto Nacional de Estadística nos sitúa a la cabeza de España del crecimiento vegetativo negativo. Se perderá un 11% del total de la población regional de aquí al 2030, unas 115.000 personas, la mitad de la población ovetense.

Europa llega tarde; España llega tarde y Asturias llega tarde. El invierno demográfico no es un meteorito que haya caído por sorpresa, sino una tendencia que los sociólogos comenzaron a vislumbrar a principios de los noventa. Los políticos no lo supieron ver

El desequilibro se produce en distintos frentes, por eso es tan difícil buscar soluciones. Hay un desequilibro geográfico. En Asturias casi todo el potencial se concentra en el centro, pero Santo Adriano, Teverga, Illas o Proaza son también centro y ninguno de ellos supera los doce habitantes por kilómetro cuadrado. Hay un dramático desequilibrio en el Suroccidente, de sobra conocido, pero de esos 18 municipios con menos de diez habitantes por kilómetro cuadrado, hay seis del Oriente.

El campo se queda solo, al margen de la localización en el mapa. Dicen que eso ocurre porque los viejos se mueren -ley de vida- y los jóvenes se van -lógica de vida-. Es hora de asumir que todo ello no es causa de nada, sino consecuencia de mucho.

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