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andres montes

La fortuna limpia de Bárcenas

Testimonios de viejos conocidos que favorecen al antiguo tesorero del PP

Con los años, con una mayor perspectiva temporal, quizá descubramos la imperdonable confusión de la que fueron víctimas aquellos que ahora pasan por iconos de la cochambre de toda una época. En un entorno comprensivo, algunos de los más notorios casos de turbiedades en la órbita del PP se asumen como el resultado de forzar los límites difusos entre el saqueo de lo público y el negocio oportunista. Desde esa perspectiva, no son corruptos sino más bien emprendedores con tendencia a la ocultación y al ventajismo.

Para explicar los 40 millones de euros acumulados en sus cuentas suizas, y justificar que no eran cantidades distraídas de la "caja B" con la que el PP pagaba incluso los sobresueldos de su cúpula, Luis Bárcenas expuso ante el juez un amplia variedad de actividades de mediación empresarial. Ropa deportiva, gafas de éxito, materiales químicos para suelos arcillosos o sillas de diseño sirven al extesorero popular para hilvanar lo que parece más el relato de un hombre de éxito ante los alumnos de una selecta escuela de negocios que la declaración de un acusado de blanqueo de capitales, cohecho, apropiación indebida y otros delitos, con los que llega a componer un amplio muestrario de tipificaciones del código penal. El único fallo narrativo es que Bárcenas carece de documento alguno para acreditar que el origen de los millones, custodiados en bancos suizos que no parecen tales, fueron su intuición de la ocasión y su sagacidad de negociante.

La fabulación empresarial del resistente Luis acaba de encontrar, de forma indirecta, respaldo en los testimonios de quienes lo fueron todo en el PP, en el país y alguno incluso más allá. Ante el tribunal que juzga la primera etapa de la trama "Gürtel" -de 1999 a 2005, solapada con los años dorados del aznarismo- Francisco Álvarez-Cascos, antiguo vicepresidente y vecino de puerta de Bárcenas en un lujoso edificio de Santander, Javier Arenas, Rodrigo Rato, Ángel Acebes (¿a quién se le ocurrió que podía ser un testigo fiable después de mentir sobre el 11-M?) y Jaime Mayor Oreja contribuyeron a lavar la fortuna del hombre de los cuadernos al transferir toda responsabilidad sobre las posibles donaciones al partido al que fuera su tesorero, Álvaro Lapuerta, ahora ausente del banquillo por demencia sobrevenida, mal frecuente entre quienes tienen algo que ocultar. Al amparo del olvido, el suyo propio y el de Lapuerta, los testimonios de esos cinco grandes, que ni siquiera alcanzan la entidad de falsos, vienen a corroborar que los millones de Bárcenas son el fruto de su emprendimiento y no de la detracción de la "caja B" del partido, justo lo que él sostiene desde el principio. ¿Qué necesidad había entonces de destrozar a martillazos los discos duros de los ordenadores del extesorero después de haberlos borrado 35 veces? ¿Por qué exponerse, como ahora ocurre, a que el PP sea el único partido imputado como tal en una causa judicial, por supuesta destrucción de pruebas y por una jueza cuya recusación no han conseguido los populares pese a sus reiterados intentos?

Aunque tenga el consuelo de los testimonios favorables, Bárcenas sabe, como cualquier acusado, que su historia, compuesta desde el derecho que tiene a recurrir a todo lo que favorezca a su defensa, está sujeta a enmienda y reescritura en la sentencia judicial, el único relato que tiene forma de verdad.

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