Tengo un amigo que cada vez que el Real Madrid sufría una dura derrota a manos del Barcelona, se leía toda la prensa catalana. Un duro ejercicio, un proceso catártico como alternativa a darse de golpes contra la pared. Y lo mismo hacía cuando su partido político perdía las elecciones: revisaba todos los diarios afines al vencedor para saber qué pensaban "los otros".
Esa práctica, la del contraste de opiniones, se está diluyendo con la triunfal llegada de Google o Facebook, plataformas que filtran los contenidos para adecuarlos al pensamiento de quienes los busca. Lo confirma categóricamente el americano Eli Parisier, autor del premonitorio libro "El filtro burbuja". Parisier es también fundador de Upworthy, medio pionero en la creación de las llamadas noticias virales, a menudo anécdotas o sucesos insustanciales, "denostadas" -dice el ciberactivista- por los propios periodistas.
Pero, ¿"viral" debe significar necesariamente "banal"? En esencia, el concepto del periodismo lo niega. Los profesionales de la información sabemos que nuestro primer mandato es la divulgación de una historia. Si llegamos a casa con un relato fascinante y durante la comida lo contamos de forma aburrida, atropellada y desorganizada, fallaremos en nuestro propósito de contagiar la emoción de lo que ha pasado. Sobra decir que los titulares han de ser atractivos, que debemos "vender" nuestra noticia como si se tratara de un producto. Más aún hoy, cuando Internet ha igualado la musculatura de los medios de comunicación y el pequeño puede plantar cara al gigante.
Si nuestra historia llega, convence y es objeto de conversación en la calle? será viral, pero no necesariamente trivial. Y esa ha de ser nuestra preocupación para que el periodismo gane la batalla. Hoy caminamos bajo las reglas de las plataformas digitales y de las redes sociales. Pero, como asume el grupo de rock indie León Benavente en una de sus transgresoras canciones, "quiero ser la vía alternativa porque de esta estoy seguro que os cansaréis". Y de todo nos acabamos cansando.
