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La peste y la barbarie

La sucesión de atentados suicidas

Me preocupa iniciar un nuevo día con las noticias de la barbarie. Me preocupa esta guerra, no declarada, pero cruenta y brutal que destruye, día a día, igualmente a mujeres embarazadas que a ancianos y bebés, o a jóvenes y adolescentes que se iniciaban a la vida con la esperanza de un mundo mejor.

Los dirigentes del mundo prohiben los pesticidas tóxicos o las armas químicas, pero a diario nos intoxican con el veneno de la mediocridad y la ambición, llevándonos por callejones sin salida hacia una irremediable tragedia. Siempre ha ocurrido esto; desde Caín y Abel, los seres se han matado entre hermanos con envidia y odio, y justificamos las macabras acciones con intereses de religiones o ideologías, pero todo es mentira: simplemente para enmascarar los oscuros intereses de unos ciudadanos sin escrúpulos para los cuales el valor de una vida es nulo, solamente cuenta su imperio aunque sea cimentado sobre cadáveres

La nueva guerra, sin declarar y sin honor -como si las guerras pudiesen tener honor-, es como la peste negra o bubónica, pero no transmitida por ratas, sino por seres sin conciencia. El mundo cada día está más parcelado entre las diferentes clases, al igual que los viejos trenes o autobuses, y cuando un atentado suicida sucede en nuestro "civilizado Occidente" de primera clase, saltan todas las alarmas, sobre todo aquellas del temor a perder nuestro "bienestar" , pero si ocurre en países del tercer mundo -no importa que sean cristianos coptos o musulmanes-, los contabilizamos como un accidente más, y les dedicamos unas líneas marginales a pesar de que esto suceda en la geografía de donde vienen nuestras culturas.

Si pasa algo en esta Europa de los sobresaltos, enseguida surgen las muestras de solidaridad... y como acto heroico, teñimos los perfiles de las redes sociales con los colores de la bandera del lugar donde ha sucedido la tragedia, exceptuando en España, en donde apenas si tenemos ni respeto ni bandera... Pero sí "banderas", las banderas que caben en una "nación de naciones", familiarizada con aquellos viejos "reinos de taifas" o los más recientes "cantones" de la Primera República, de los que nadie habla porque estos carecen de "memoria histórica", olvidándonos de aquellas guerras fratricidas entre estos "poderes cantonales" que aportaron un gran número de muertos.

Las nuevas guerras ya no tienen señoríos. Hace unos días he visto, nuevamente, el "Guernica de Picasso", mural del Pabellón Español en París durante la Exposición Mundial de 1937, mural que nació inspirado en la tragedia, del que se considera primer bombardeo sobre una población civil por la aviación alemana. Pero eso ya es historia. Ahora el blanco es, con normalidad, la población civil, llámense cristianos, musulmanes, europeos, americanos, africanos, árabes, orientales... Resumiendo, seres humanos, de distintas razas, empujados por la necesidad, la fatalidad, el fanatismo, el odio, la venganza, todo ello tremendamente irracional y en pleno siglo XXI, donde se suponía una sociedad más culta.

Una ola de locura recorre el mundo como premonición de los nuevos jinetes del Apocalipsis; de las nuevas pestes en medio de bacanales eufóricas por la sangre, las drogas, el alcohol y el sexo, evasiones de un sociedad perdida que lo sigue todo por los medios como una película más de terror, cargada de emociones, con la que ya nos hemos familiarizado. Madrid, Londres, París, Estambul, Kabul, El Cairo, Alepo, Damasco, Manchester... el Mediterráneo, todo ello resumido en cifras de muertos y heridos. Y por el medio... hablamos de fútbol y políticas o políticos que nunca aparecen en la escena, a menos que sea para hablar de cargos, corrupciones y altos salarios, en medio de una sociedad que cada día hace más equilibrios para vencer la precariedad.

Nuestra sociedad vive entre el miedo y la demagogia, soñando con grandezas paranoicas, cerrando los ojos frente a una situación manipulada por demagogos empeñados en teñirse de izquierdas o derechas con lenguajes trasnochados y que se nos presentan como nuevos Mesías, atacando a la esencia de nuestra cultura, sin fe ni principios, mientras otros conservan la esencia de la familia como base de sus credos y culturas, ocupando el vacío que nosotros vamos dejando, sintiéndonos indefensos y engañados frente a la peste y a la barbarie, bajo las siglas de libertad, cultura y democracia.

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