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Clave de sol

La reacción de los tibios

Un motivo de esperanza ante las agresiones antirreligiosas

Estoy absolutamente convencido de que la movida eclesial que el arzobispo de Oviedo ha organizado sobre el tablero de su jurisdicción viene a ser lo más parecido a una operación de salvamento. Equivalente a una defensa a la siciliana de un ajedrecista en trance o más bien el recurso a lo que se entiende una situación de "jaque continuo" cuando quedan con el rey poco más que un caballo y tres peones: al menos, salvar la honrilla y quedar en tablas.

Y es que está uno tentado a pensar que estamos en un país de misión, igual que se dijo en Francia hace más de medio siglo. Pero, metáforas aparte y como católico del montón, vaya por delante mi expreso acatamiento a la jerarquía. Todo lo que escriba aquí en los renglones siguientes lo será con muchísimo respeto y a nivel de conjetura.

La primera observación que podríamos hacer a bote pronto los viejos católicos practicantes a trancas y barrancas sería la obviedad del patente derrumbe de los índices de cumplimiento religioso en España. Sin olvidar el expresivo síntoma de los seminarios que pasaron de verdaderos cuarteles masivos a una especie de academia con un grupito de alumnos.

Se me dirá que el cristianismo de hoy es sin ninguna duda más auténtico y menos fetichista, con mucha mayor proyección social. Y eso no se puede negar. Pero ¿es satisfactorio para un credo cuya expansión está en sus mismos genes? Si uno pregunta a algunos curas qué tal va la parroquia, con frecuencia se nos responde con la estadística de servicios litúrgicos y en todo caso con el índice de cumplimiento a tenor de la población.

Yo no sé si es porque se ha puesto el acento demasiado en la imagen del rebaño que hay que custodiar dentro del redil. Una práctica de preferente proteccionismo piadoso, de prácticas y culto, de salvador refugio frente a lo mal que está el mundo y si acaso con el aliviadero de lo asistencial a través de la caridad organizada.

La pregunta es si estamos en un país de misión como se dijo de Francia hace más de medio siglo. Y si basta para conformarse con la aceptación de que la fe de hoy es más auténtica. Que lo es. Lo conveniente, a mi manera de ver, es que no caigamos en el catastrofismo ni tampoco en la benevolencia ante los acontecimientos, sino en el mejor de los realismos ante el análisis de la situación.

Lo sorprendente parece ser la positiva reacción social ante la indudable persecución larvada que nos aflige: las burlas que se han hecho aquí mismo sobre la fe cristiana y el expreso lamento por que no se prohiban incluso las manifestaciones externas de la religión, como si estuviéramos en un ámbito bolchevique.

Esa misma malquerencia, que parece haber llegado a ciertos partidillos de izquierda extrema y se ha manifestado con agresiones a religiosas, prohibición de actos confesionales, la gravísima profanación de formas consagradas en Álava (que no ha sido respondida debidamente por quienes tenían que hacerlo), el asalto a la capilla universitaria de la Complutense, las procesiones sacrílegas en Andalucía?

La persecución es incómoda para los perseguidos, pero también saludable. Lo dice la historia. Recuerdo el caso de Pérez las Clotas, director que fue de este diario, que ante hechos semejantes se hizo incluso devoto del Niño del Remedio. Todo eso es lo que nos está haciendo reaccionar aún a los tibios. Y, por paradoja, un motivo de esperanza como quien dice.

Así cabrá interpretar la movida de los curas que organiza el arzobispo.

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