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Eduardo Jordá

¿Por qué salió bien la Transición?

Gracias a las hemerotecas digitales, he repasado las portadas de "El País" de junio de 1977, cuando nadie hablaba aún de la Transición y cuando se iban a celebrar las primeras elecciones democráticas en cuarenta años. El cinco de junio de 1977, por ejemplo, los GRAPO volaban en Madrid una de las torres de alta tensión más importantes para el suministro eléctrico, mientras que en Barcelona mataban a dos guardias civiles que estaban reparando un coche patrulla frente a un cuartel. En el País Vasco, ETA exigía un rescate de mil millones de pesetas (seis millones de euros) a cambio de la vida del empresario Javier de Ybarra, que aparecería muerto quince días más tarde, metido en una bolsa de plástico y con un tiro en la cabeza. Otras portadas de esos días hablaban de una subida de los precios del taxi, de la voladura de una emisora de radio en el País Vasco (nadie escribía aún Euskadi) y de la puesta en libertad de varias docenas de presos de ETA y de otros grupos terroristas (y eso que aún no se había promulgado la ley de amnistía).

En las portadas de la primera quincena de junio de 1977 no apareció ni una sola noticia que pudiera ser interpretada como un signo de optimismo o de confianza en el futuro. Más bien todo lo contrario: todas tocaban asuntos deprimentes o que incitaban al pesimismo. Concentraciones de ultraderechistas, la huelga de hambre de 400 presos condenados por delitos de terrorismo, más huelgas en las fábricas y más noticias de subidas de precios. El vicepresidente Gutiérrez Mellado -vestido de militar- dio un discurso televisivo pidiendo calma y civismo. Las elecciones estaban a la vuelta de la esquina, sí, pero nadie sabía muy bien qué podía pasar. Los periódicos publicaban guías para votar porque nadie tenía ni idea de cómo hacerlo. Y las noticias internacionales tampoco eran muy prometedoras. En Italia, las Brigadas Rojas habían tiroteado al gran Indro Montanelli (que salió vivo de milagro). En la URSS (Rusia no existía entonces), el Partido Comunista de la Unión Soviética condenaba el "eurocomunismo" de Santiago Carrillo, al que consideraba un "desviacionista" que había traicionado el verdadero espíritu del "socialismo científico".

Es curioso, porque es muy posible que yo leyera muchos de esos periódicos en su día, pero no recordaba casi nada de esto. Lo que recuerdo muy bien es la extraña mezcla de angustia y de expectación que vivíamos todos, algo así como lo que se siente cuando el avión en el que viajas hacia un lugar en el que nunca has estado está alcanzando la velocidad de despegue en la pista. La suerte está echada, sí, pero ¿logrará despegar el avión? Nadie lo tenía claro. Por un lado, flotaban los malos presagios; por otro, las ganas de que todo lo que habíamos vivido en el franquismo se terminara para siempre. Y aunque no éramos tan conspiranoicos como muchos jóvenes de ahora, se hablaba de oscuras maniobras militares, de amenazas veladas, de cosas que nunca sabíamos si eran reales o inventadas pero que siempre daban miedo. Y si nos hubieran preguntando a los que teníamos veinte años entonces qué impresión teníamos de lo que iba a pasar, muchos de nosotros habríamos contestado que todo iba a salir mal, sin duda, aunque medio minuto después habríamos rectificado que no, al contrario, que todo iba a salir bien. Así estaban las cosas. Nadie estaba seguro de nada.

El caso es que la Transición acabó saliendo bien, sí, pero también podría haber fracasado por completo. Muchos jóvenes tenían ideas disparatadas y soñaban con una revolución guerrillera. Otros jóvenes soñaban con resucitar el franquismo a base de violencia indiscriminada. Y otros eran escépticos y se desentendían por completo de todo lo que sonara a política. Nadie confiaba en el Rey Juan Carlos -un rey impuesto, decíamos-, ni tampoco en Adolfo Suárez -un falangista, decíamos-, ni en Felipe González -un oportunista, decíamos-, pero también desconfiábamos de los comunistas de Carrillo, el "desviacionista" según el veredicto de los soviéticos. En estas condiciones, lo asombroso es que todo el proceso político que se inició en aquellos días de junio de 1977 saliera bien. Y si fue así, fue por dos razones. Una, porque los políticos de uno y otro lado que habían vivido la guerra civil y la posguerra estaban dispuestos a hacer lo que fuera para que no volviera a ocurrir un desastre como aquel. Y lo segundo, que las generaciones de nuestros padres y abuelos -que también habían vivido la guerra y la posguerra- pensaban igual que ellos. Tenían buena memoria y no querían más odio ni más enfrentamientos. Tampoco querían destruir el pequeño oasis de libertad que estaban disfrutando. Y obraron en consecuencia.

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