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Japón, como Canadá, conviene

El acuerdo comercial en ciernes entre Europa y el país nipón

El mandato de Barack Obama como presidente de los EE UU fue muy positivo en muchos ámbitos de la política internacional, al menos en cuanto a las formas se refiere, pero a nivel comercial estuvo a punto de dejar a Europa en una esquina del tablero de juego. El acuerdo Transpacífico de Cooperación Económica (TPP, en sus siglas en inglés) entre doce países del Pacífico, con Japón y EE UU como principales protagonistas y con el mar de China como zona de influencia, iba a ser un duro golpe a la histórica hegemonía del Atlántico en el mundo.

Pero llegó el neopopulista Donald Trump y arrastrado por su demagogia sacó al gigante norteamericano de este tratado de libre comercio. Un hecho que, de momento, ha provocado que la primera economía del mundo y primer cliente global no acabe de virar su estrategia e interés hacia las antípodas de la Unión Europea.

A la sombra de todos estos movimientos geopolíticos de pugna por la hegemonía comercial mundial se continúa fraguando -se prevé cerrar en otoño- un acuerdo comercial entre la Unión Europea y Japón, el socio clave del TPP que ha rechazado EE UU por las medidas proteccionistas de su presidente.

Japón es la cuarta región económica mundial, el tercer país en volumen de consumo pero el séptimo mercado para la Unión Europea. En el caso de España es el cliente número 18 en orden de importancia. Unas exportaciones que superaron los 2.400 millones en 2016 pero que con una reducción de aranceles y trabas, sobre todo en el sector automovilístico, podrían crecer considerablemente.

El país nipón es una democracia consolidada, comparte valores con la sociedad española como el pacifismo y la protección del medio ambiente y es bastante abierto a la cultura de España, de hecho, miles de turistas inundan las ciudades de la península y las islas. La renta per cápita de sus más de 127 millones de habitantes es superior a la española con más de 40.000 dólares anuales por habitante.

Pero todavía existen muchas trabas que dificultan la entrada de las pymes españolas en Japón. Y es ahí donde se está incidiendo en el acuerdo con la UE. Los europeos quieren abaratar las ventas de zapatos y productos de cuero -llegan a tener aranceles del 30 %-, vino, pasta y chocolate. Los japoneses quieren una mejor entrada de automóviles, aunque aquí España tiene mucho que decir porque sólo exportó coches por valor de 400 millones en 2016 mientras que importó más de cuatro veces más, unos 1.700 millones.

Los tratados de libre comercio han sido defendidos por los gobiernos de los 28 pero han tenido mucha oposición en los partidos de izquierda, el mundo ecologista y la extrema derecha populista. Ha sido el caso del ZETA con Canadá, que sigue sin convencer a esta parte de la población pero que será ratificado por todos los países de la Unión. El tratado con Japón es mucho más sencillo que el que se planteaba con EE UU -el paralizado TTIP- porque incluye intercambios de bienes y servicios, pero no homologación regulatoria. Y eso posiblemente es lo que ha permitido que pase más desapercibido ante la ciudadanía.

Japón, como Canadá, es un país comprometido con los valores de libertad e igualdad de las personas por lo que los negocios con la cuarta economía mundial no deberían suponer un problema de conciencia laboral o medioambiental. Y a mayor intercambio entre países y culturas, mayor progreso. Ya lo decían los griegos cuando pusieron la semilla del comercio marítimo en el Mediterráneo.

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