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andres montes

Tiempo detenido

Otro verano de espera política

Estamos de nuevo en un verano de espera política, lo que inevitablemente nos remite a otro, el del año pasado, marcado por la entonces incierta salida a unas elecciones que, en primera instancia, no sirvieron para resolver el bloqueo institucional. Hay guardia estival en todos los frentes, incluido el Tribunal Constitucional, tan escrupuloso con su calendario que no alcanzó a resolver por vía de urgencia un asunto inaplazable como determinar si un Gobierno en funciones está o no sujeto al control parlamentario. Del Constitucional depende ahora taponar la vía rápida a la ley del referéndum catalán y sus resoluciones amenazan con complicar los plazos de los promotores de la consulta del primero de octubre, ajustados al máximo con la pretensión de eludir en lo posible las réplicas legales del Gobierno a cada uno de sus pasos.

La sensación de tiempo detenido que provocan dos veranos tan similares es un advertencia de que, pese al nuevo presupuesto -con sus carísimas contraprestaciones- y a la incipiente recuperación económica seguimos en una perniciosa parálisis política.

Aunque el frenesí del enjambre vuelva a adueñarse de los centros comerciales en época de rebajas persisten las carencias y limitaciones que quedaron en evidencia en el largo año de interinidad que fue 2016. En el previsible escenario de que el fallido intento del referéndum desemboque en unas elecciones en Cataluña en otoño, el momento siguiente al recuento de los votos puede ser apenas una vuelta a la casilla de salida de la cuestión soberanista. Ése es ahora el asunto más perentorio, pero no el único en el que la resistencia del inmovilismo se ha impuesto a cualquier posible búsqueda de nuevos consensos que reemplacen a los ya rebasados por los acontecimientos.

Cuando este tiempo detenido empiece a verse desde el tiempo de la historia sorprenderá el predominio de una política canija, renuente al desafío, que contribuye a agigantar la Transición hasta hacer de ella un referente asfixiante, el único que parece dominar en nuestra vida democrática y al que tiende a mirarse como si aquel momento lejano y distinto guardara todavía todas las respuestas.

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