La Nueva España

La Nueva España

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Réquiem por una librería

Ante el cierre de Ojanguren

Me escribe Miguel Rojo, el actual propietario de la centenaria Librería Ojanguren, anunciándome su cierre definitivo en septiembre y la noticia me produce la angustia que me generan las noticias sobre la frecuente desaparición de librerías de cierta tradición que la crisis económica y los nuevos modos de venta de libros por internet está originando al avizorar con ello el próximo final de lo que algunos de aquellos establecimientos significaron para los que éramos asiduos clientes de ellos. Una verdadera librería era para nosotros, como lo fue Ojanguren, no sólo un "comercio" de venta y compra de libros, sino un lugar de culto dada su función de transmisión de cultura en el que se podían seguir las novedades editoriales que exhibían sus anaqueles, mientras aquello fue posible, hojear los libros y diseñar nuestro programa de lecturas mensual o trimestral.

Pero era también, como en algunas de aquellas librerías de antaño, un lugar de sociabilidad, de encuentro, de intercambio cultural y hasta de mentidero donde uno podía enterarse de sabrosas noticias y toda clase rumores sobre el mundo cultural, profesional y político. Fue, sin duda, también nuestra librería una verdadera institución cultural por su atención a las demandas de libros de la Universidad ovetense, sobre todo, de obras y libros de texto de Derecho, Lengua e Historia de la Literatura y Ciencias Sociales. Y de obras y libros de texto para los institutos de enseñanza secundaria de nuestra ciudad. Y lo fue también con su provisión de libros para las bibliotecas públicas, las facultades universitarias y los institutos. Así como la especial atención que siempre dedicó a los libros de origen o temática asturiana.

Esa angustia que me produce la noticia de ese cierre como principio del fin de esa clase de librerías como lo fue Ojanguren se desdobla también en una profunda nostalgia de lo que significó para mi vida como para las de otros muchos de nosotros ese establecimiento. La visita semanal constituía un elemento esencial del ritual de nuestra vida, como lo podían ser la asistencia al cine o al teatro o a cualquier otra actividad cultural. Repaso las estanterías de mi biblioteca personal y los alrededor de 2.500/3.000 libros que la componen y calculo que al menos un 60/70% tienen su procedencia de la librería ovetense. Lo que significa que gran parte de mi bagaje cultural ha tenido su origen en libros adquiridos en esa librería.

En ella he hecho amigos o he encontrado a otros cuyo contacto creía ya haber perdido; en ella se han vendido mis libros o he logrado encontrar gracias a la eficacia de su personal otros que eran de difícil localización o tenían procedencia extranjera. En ella he constatado cómo la confianza que la librería que depositaba en sus clientes era plena como ocurría con el servicio que te permitía llevarte a tu domicilio los libros en examen para saber si te interesaban o no. En ella, en fin, he sentido esa inefable sensación, que sólo pueden entender los que amamos a los libros, de encontrar y acariciar el libro que buscábamos o la que produce el hallazgo inesperado del libro desconocido que descubrimos por azar curioseando por las estanterías.

Y qué decir de los profesionales que atendían la librería. Eran, en general, además de eficientes, personas de gran amabilidad y buen trato. No ha habido consulta sobre publicaciones, títulos y pistas de libros sobre cualquier tema que no te resolviese José María, una de las personas que he conocido que más saben de libros y del mundo editorial. La relación con los trabajadores se convertía en muchas ocasiones en amistad y uno recuerda, por citar sólo algunos de los últimos años, y aunque sea por ello injusto con otros muchos, a Begoña, uno de los puntales de la casa. O a Cristina y Lilián, dos grandes profesionales del mundo de los libros, además de personas entrañables y amigas ya para siempre. Porque con ellas se cumple la tradición de que las relaciones de amistad que se hacen en torno a los libros son eternas.

Puede estar seguro el señor Rojo que su librería, en su etapa y a lo largo de toda su historia, cumplió con creces esa labor de institución difusora de cultura, que está muy por encima de su función como mero negocio de venta libros y, por ello, forma ya parte ineludible de la historia cultural de Oviedo. Y que su positivo recuerdo es ya parte de la memoria de varias generaciones de lectores ovetenses y asturianos.

Compartir el artículo

stats