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Sol y sombra

Cuando viajar no es un placer

El turismo masivo y desordenado es una pesadilla no ya sólo para los habitantes de la ciudades poco preparadas para este tipo de fenómeno, que naufragan en medio de la masificación, sino también para el propio turista que quiere disfrutar de sus vacaciones de una manera más cómoda y desahogada. Establecer límites cuantitativos para frenar la actividad turística podría parecer un contrasentido en un país cuya mayor fuente de ingresos procede precisamente de ella y, sin embargo, no lo es. El turismo, como todo, requiere de ciertas regulaciones, de lo contrario su éxito podría acabar convirtiéndose en fracaso. Naturalmente lo que no requiere la regulación violenta que padece en la actualidad por culpa de la borroka turismofóbica.

La pregunta es cómo se establece un límite de afluencia en los lugares más elegidos por los turistas cuando desplazarse de una punta a otra del mundo ha pasado a ser inercia, y colocarse en Budapest, por ejemplo, resulta más barato que ir de Oviedo a Cudillero en un transporte público. Los llamados viajes de placer son gracias a los vuelos baratos y el numeroso tiempo libre una práctica demasiado habitual, tan ociosa como nociva para la comodidad del propio viajero. Pisar un aeropuerto es sentirse en territorio hostil, en ocasiones una auténtica proeza debido a la masificación. Moverse tanto por el simple hecho de que es barato y, de paso, se puede curiosear resta interés al viaje, que antes, por no ser tan accesible y frecuente, el turista o el viajero preparaba con mayor dedicación y sabía apreciar como es debido. Ahora se viaja como las maletas, para decir conozco tal o cual sitio en unas horas, pero las prisas impide que sea así.

Lo ideal, no lo tomen como una broma elitista, sería viajar menos y leer más.

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