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LNE FRANCISO GARCIA

Billete de vuelta

Francisco García

Brindar con los amigos

Gijón en fiestas es territorio propicio para la exaltación de la amistad. Los restaurantes se llenan estos días de grupos que alzan la copa y brindan, que comparten anécdotas y sucedidos de otro tiempo en peculiar almanaque y que llegados los postres y tras un último brindis, se emplazan para la próxima ocasión.

Mis amigos, nuestros amigos, nos abrieron ayer -y nos abren otras veces- las puertas de sus casas y nos descorchan sus mejores botellas. Siempre hay excusa para colmar una copa de vino. De buen vino, para más señas, si lo elige un secretario general de un ministerio, con fino olfato educado en París.

Yo siempre digo que hay tres tipos de vino: el blanco, el rosado y el vino, de manera que el debate femenino a la hora de decidir que si verdejo que si godello no me alcanza, aunque hay que ser tolerante con los defectos ajenos.

No cabe duda de que el vino es buen compañero de viaje, siempre que los agentes de Tráfico no te obliguen a soplar lo que de antemano llevas ya soplado. También hay que reconocerle a un buen caldo la capacidad de hacer amigos universales, pues a ver quién no conoce a Asunción, que ni blanco ni tinto ni tiene color. También despierta el vino la libido, pues que levante la mano quien no se haya tirado a la Bartola después de un generoso descorche.

A los comensales de ayer, amigos algunos ya del alma y otros que se irán incorporando, sin duda, a idénticos quereres, les recordaría que mi abuelo solía decir que "comer sin vino es comer mezquino", mientras hundía un ceneque de pan en la tinaja de la bodega. Y que una buena amistad es como el vino: una vid de desarrollo lento y un mosto fermentado que gana cuerpo con el tiempo.

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