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Elefantes en la cacharrería

A falta de mayores, el fichaje de Neymar por el Paris Saint-Germain ha roto los esquemas del mercado futbolístico. Doscientos veintidós millones de euros son muchos millones se trate de quien se trate el jugador en cuestión, pero también es cierto que son casi calderilla para un estado que se maneja con la solvencia financiera con la que lo hace Qatar.

Y ahí está la cuestión, ¿se puede admitir que un club entre en el mercado futbolístico con la prepotencia del elefante en la cacharrería cuando los dineros que maneja no parecen provenir de los ingresos que genera? ¿Qué paisaje aparece si se permite, como se ha permitido, este tipo de operaciones? No parece que UEFA ni FIFA, con sus recientes historiales salpicados de claroscuros, estén o puedan estar por la labor de poner coto a estas situaciones. Legislación hay, pero su aplicación no está muy en la orden del día. Testimonial la postura de Javier Tebas, que fue poco más que un brindis al sol destinado a quedar en lo que se quedó.

Así las cosas, el Barcelona se queda huérfano de un futbolista que hasta hace muy poco besaba el escudo con aparente entrega, pero como las penas con pan son menos, la directiva azulgrana abre su caja de caudales y registra que en ella están esos 222 millones, a los que se suman los 26 que hubieran tenido de abonar a papá Neymar por aquella renovación de contrato: 248 millones de razones para aliviar la depresión. O el socorrido no hay mal que bien no venga.

Y males son los que se detectan en el centro del campo sportinguista, bastante sólido en la contención como se ha venido demostrando en la pretemporada (Sergio y Bergantiños, dúo sólido) pero sin un faro que ilumine suficientemente la maniobra de ataque.

A esperar la evolución de Nacho Méndez y Pedro, pero puede que algún nostálgico se esté preguntando por la marcha de Nacho Cases. No le faltará razón.

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