En menos de una semana, el balón echa a rodar en competición oficial para los dos equipos de fútbol de Asturias en la élite. Después de catorce años, Oviedo y Sporting vuelven a reencontrarse, esta vez en Segunda División. A ambos clubes, por trayectoria, resultados, afición y tradición, esta categoría les viene pequeña. Y no es pasión por los dos conjuntos asturianos, sino pura objetividad avalada con los datos de los 87 campeonatos de Liga española que se han disputado desde la temporada 1928-29 hasta la fecha. Sporting y Oviedo figuran entre los veinte mejores equipos españoles en la clasificación histórica del torneo. Esta campaña les coloca a tiro un objetivo histórico: conseguir el ascenso a la vez.

Algunos estudiosos de la realidad social de la región consideran que las pugnas localistas, lejos de erigirse en obstáculos infructíferos y paralizadores, constituyen el verdadero motor diferencial de Asturias, su fuerza creadora. Esa piquilla halla su máxima expresión en el fútbol. Oviedo y Sporting trascienden el marco de las ciudades en las que nacieron para convertirse en emblemas de una encarnizada competencia regional. Un club no se entiende sin el otro, y el antagonismo está presente hasta en los orígenes.

El Oviedo nació de la fusión del Stadium y el Deportivo dos décadas después que el Sporting precisamente para frenar la hegemonía de los gijoneses. Y, ciertamente, peleando entre sí por la excelencia futbolística, a ambas entidades no les ha ido tan mal. Figuran, por méritos propios, entre los clásicos de la Liga española, por encima de sociedades deportivas de regiones con mayor potencial demográfico y económico. Estuvieron a punto de ganar campeonatos en Primera en varias ocasiones. Aportaron a la selección jugadores de leyenda. Y más recientemente, en la temporada 1991-92, disputaron a la vez la copa de la UEFA, estableciendo un hito. Fue una válvula de escape para los años de plomo de la reconversión. En aquel periodo, España acababa de ingresar en la UE. Asturias digería la adhesión y reconvertía todos sus sectores productivos. Hoy sigue en transformación.

Desde el próximo fin de semana, Sporting y Oviedo afrontan un año clave, muy condicionado por la presión del ambiente y por el hecho de volver a mirarse cara a cara. Cuentan con el apoyo incuestionable de sus respectivas aficiones, pero corren el riesgo de perder crédito ante la hinchada si no responden rápido a ese calor con logros. Porque han castigado demasiado a la grada en el pasado con actuaciones decepcionantes. La mareona rojiblanca no puede olvidar esta última temporada, nefasta, del descenso. Los seguidores azules, tras superar una ominosa y larga travesía, han quedado con la miel en los labios en los intentos por colarse en las eliminatorias para el retorno a Primera.

Los proyectos oviedista y sportinguista presentan similitudes. Esta vez no dejan resquicio a los experimentos. Puede resultar bien o mal, no hay bola de cristal que a priori permita predecirlo, pero ambos consejos de administración han optado por un valor seguro: la experiencia. Anquela y Herrera, los entrenadores, son técnicos trabajadores, prudentes, profundos conocedores de la Segunda y con resultados contrastados. No existen elementos suficientes todavía para juzgar a las plantillas, muy renovadas, pero denotan una vuelta a rebuscar lo mejor de la cantera y a realizar contrataciones con mesura, sin tirar la casa por la ventana, en un mercado disparatado. Tanto, que resulta más barato traer jugadores de fuera que nacionales.

Sporting y Oviedo persiguen autofinanciarse, algo muy complicado en la burbuja inflacionaria actual. Hasta los estados, vivir para ver, contratan estrellas del balompié. La astronómica suma pagada por Neymar equivale a lo que cuesta cada año formar a 25.000 estudiantes en la Universidad de Oviedo, al dinero invertido por Arcelor en modernizar sus plantas de Gijón y Avilés o a lo que recauda el Principado cada ejercicio con sus impuestos autonómicos. Jeques árabes y millonarios chinos aspiran a lavar su imagen amparándose en el populismo del deporte rey, el único fenómeno verdaderamente universal.

Las preferencias de la región se reparten entre el rojiblanco y el azul, pero no son los únicos colores capaces de conquistar el corazón de los asturianos. Ahí figuran para demostrarlo un Caudal que cumple cien años, un Avilés que sobrevive a los destrozos de sus dirigentes, un Langreo con solera y un Lealtad de Villaviciosa que con poco hace milagros.

Oviedo y Sporting están en deuda con sus aficiones. Les deben una alegría de las que hacen época. Con ésta, habrán coincidido 18 temporadas en Segunda. Jamás consiguieron dar el salto a Primera de la mano. A partir del próximo fin de semana empieza una batalla de nueve meses para escribir una página gloriosa e inédita en la historia del fútbol asturiano. Recordando las masivas celebraciones por separado de los últimos éxitos es fácil atisbar la magnitud de la fiesta de un doble ascenso y el baño de autoestima para Asturias.