Andan la alcaldesa y el concejal de Festejos desde ayer con la vista puesta en el horizonte por si una maligna conjunción de cirros, cúmulos y estratos les arruina la noche de los fuegos y les agua, o les aventa, el colofón festivo de una Semana Grande que no ha empequeñecido en esta ocasión, con notable asistencia de público a los eventos musicales y animación en la calle.
Llevan varios días los miembros del equipo de gobierno que permanecen de guardia festiva reclamando información a los estaciones meteorológicas para saber si la nueva borrasca que el hombre del tiempo augura que se avecina aguantará hasta hoy agazapada en el paredón del Atlántico o descargará esta noche con ánimo de fastidiar la Descarga, o la Descarguina, que para eso la pirotecnia que dispara los fuegos de artificio tiene procedencia en Cangas del Narcea.
Tal vez fuera necesario que para evitar la catástrofe atmosférica los trescientos mil gijoneses y los varios miles de turistas que llenan estos días la ciudad nos pusiéramos todos juntos a la vez a soplar -en el sentido menos etílico de la acepción- para desviar las nubes a Cornualles y pudiéramos disfrutar, como está mandado, de un espectáculo notable, que este año sí está la ciudad para tirar cohetes, que no ha habido lugar para fuegos fatuos.
Merece Gijón un fin de fiesta bien avenido, una despedida de Begoña repleta de parabienes. Ya vendrá septiembre con la rebaja y con la aprobación del Plan General de Urbanismo. Pero para ocuparse de ese restalló ya habrá tiempo en unas semanas.
