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Mezclilla

Carmen Gómez Ojea

Las Inocencias y los mingitorios

La escasez de aseos públicos en una ciudad como Gijón

Desde la muerte de las dos hermanas Pis, Oliva y Obdulia, la pandilla de amigas autodenominadas Las Inocencias continuaba sufriendo un síndrome de duelo, sin que nada ni nadie, ni a unas ni a otras pudieran aminorarles el dolor, la nostalgia, el hueco y el vacío que a todas ellas les producía la ausencia de ambas; y el hundimiento general era tan alarmante que la dulce Melina Pombal, la de más serenidad y fortaleza y la que les había leído la carta que las difuntas habían dejado para darles un adiós definitivo, tras haber tomado juntas la decisión de marcharse de este mundo mediante una ingesta de barbitúricos y psicofármacos, les propuso muy bajito hacer un viaje a París, que en verano estaba adorable, con muy poca gente, solamente con la que lo amaba de verdad.

Pero las demás, al unísono le arguyeron que por el verano allí hacía mucho calor y que, por lo tanto, era mucho mejor y más recomendable ir a un lugar con mar, como por ejemplo Niza o Saint-Tropez.

Mientras hablaban del posible viaje, paseaban apaciblemente por el arenal de la playa gijonesa de San Lorenzo cuando, de pronto, igual que una exhalación, Elisenda Puig echó a correr en dirección al puente del río Piles, seguida a la carrera por Parrula Grelos, que no se llevaba del todo bien con ella, pues ambas andaban a cada repiquete discutiendo y chinchándose infantilmente por minucias estúpidas acerca de si la sidra asturiana era tan honorable o más que el cava catalán, o sobre cuál de las lenguas, asturiana o catalana, era más rica y mejor herramienta literaria.

Las demás fueron hacia el puente con pie ligero, todas pensativas y con gesto de preocupación. Y se encontraron con que Elisenda lloraba con desconsuelo, mientras que Parrula Grelos discutía airadamente con un hombre que señalaba a Elisenda con el dedo y la acusaba de puerca por haber hecho sus aguas menores allí, donde únicamente los hombres meaban, porque ellos no enseñaban ninguna parte del cuerpo que debía estar tapada, pues orinaban de pie y de espaldas y nadie les podía ver el miembro; y en cambio aquella mujer se había agachado, enseñando el culo y el pubis; y ya veían que era respetuoso con esa parte del sexo femenino, pues no usaba el nombre grosero de coño o de potorro.

Entonces intervino Brenda Tusano (antes Gusano) encarándose de forma violenta con aquel sujeto que estaba evidentemente muy satisfecho de su alocución, y lo llamó escroto vomitivo y machista de mierda. Y él con mucha chulería le replicó que, si de verdad lo fuera, le metería con todas las ganas un patadón en la barriga y un puñetazo en su cara de bruja y de fiera currupia, que la dejaría sin narices. Ella le soltó una trompetilla, en tanto que el hombre iniciaba su marcha farfullando improperios.

A continuación, todas se abrazaron, celebrando ruidosa y alegremente ser las mejores amigas y compañeras del mundo, combatientes contra el machismo y por la libertad.

Después se dieron un bañito relajante y confortador y salieron de la playa a tomar unas cañas de cerveza que saborearon, a la vez que comentaban que resultaba del todo urgente y perentorio que instalaran un aseo público en el Piles, para que la gente no tuviera que ir corriendo a la escalera más próxima, donde estaba uno de los tres que había en el muro de la playa. Y Melina Pombal comentó que la ciudad no tenía ni una docena y media de mingitorios y, además, no había señalizaciones del lugar en que se hallaban, por lo que, no sabía si por tener quizá cara de guía turística, el caso era que frecuentemente grupos de extranjeros se le acercaban para preguntarle en un español comprensible que dónde estaba la coquille de Saint Jacques para continuar el camino a Compostela o, con mucho apuro e impaciencia, si había cerca una toilette. Lo de encontrar en la acera la concha o vieira le resultaba no fácil, aunque factible, pero lo otro era del todo imposible, porque cualquiera de los diecisiete aseos siempre se hallaba lejos, al menos para la incontinencia de la o del visitante que la abordaba, de modo que la apurada mujer o el inquieto hombre optaba por entrar en un café y pedir un botellín de agua y echar a correr hacia los lavabos. La verdad, terminó Melina, es que ese número de excusados, que no llega a la docena y media, es muy escaso para una ciudad de más de doscientos mil habitantes y de muchos visitantes en todas las estaciones.

Las demás le dieron la razón, a excepción de Goyita Mir, católica a machamartillo, votante del PP y también desconcertante en cuanto a declararse radicalmente defensora del feminismo y de la libertad sexual, quien aseveró que ella no necesitaba váteres o inodoros en San Lorenzo, pues no se avergonzaba ni pizca de hacer pis en el agua del mar, como la mayoría de los bañistas porque, de no ser así, habría unas colas morrocotudas delante de la puerta de los servicios; y además la urea no era mala ni contaminante, a lo que le replicó Parrula Grelos, diciéndole que a ella no le daba la gana de hacer eso ni de meterse en el agua por obligación el día que no que le apetecía mojarse ni el dedo gordo de un pie, y mucho menos utilizar el túnel del puente como urinario por lo que, en consecuencia, era de las que quería una cabina con retrete y lavabo allí, en el Piles, que era su zona preferida de toda la playa, desde los tiempos en que era tan niña que estaba aún dando los primeros pasos.

Elisenda Puig suspiró y confesó que le estaba cansando el asunto aquel, que a ella ya le resultaba desagradable, coprófilo incluso.

Ninguna añadió nada y el tema de los mingitorios quedó cerrado.

Después bebieron más cañas y todas, también Elisenda, fueron sin cesar al aseo a miccionar, alborotando y riéndose ruidosamente con complicidad y camaradería, como adolescentes traviesas disfrutando, despreocupadas y alegres, de las vacaciones de un verano inolvidable.

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