La clausura de la Feria Internacional de Muestras de Asturias, hoy, en Gijón, marca simbólicamente el fin de las vacaciones en la región. A agosto aún le restan once días, pero muchos visitantes, acompasados con uno de los grandes acontecimientos sociales y económicos del mes, empiezan a recoger velas. La Feria constituye un buen termómetro para medir la temperatura del verano regional. Y está siendo un hervidero de gente y actividad, síntoma de que la crisis va quedando en el recuerdo. La temporada turística va camino de batir nuevos récords. La notable presencia de veraneantes por cualquier rincón deja en evidencia ahora la falta de una estrategia sectorial para colmar sus necesidades, engrandecer la oferta y crecer en calidad.

Hace apenas un lustro, cruzar el centro de Oviedo en el puente de agosto equivalía a atravesar un desierto de locales cerrados y calles solitarias. Escapaban los de casa y no llegaban los de fuera. Hacerlo a comienzos de esta semana era imposible sin emprender un eslalon en el que sortear terrazas repletas, familias a la búsqueda de estatuas, extranjeros reclamando orientación y hasta guías a la caza, ofertando originales recorridos. Puede extenderse el fenómeno ovetense a cualquier parte. Los gijoneses andan sorprendidos de la cantidad de foráneos en su Semana Grande. El Occidente, de la Descarga a San Timoteo, el próximo martes, es un bullicio de fiestas. El Oriente, un reguero de coches de la playa a los Picos, y viceversa.

La marca Asturias funciona muy bien por las cosas excelentes que se han hecho desde que el turismo rural nació en Taramundi hace tres décadas. Colateralmente, la reactivación de la economía, el colapso de otras zonas masificadas y el miedo a viajar a lugares inseguros por la inestabilidad internacional han multiplicado en esta ocasión los poderes de atracción.

La ola de rechazo ante la saturación alentada en unas ciudades concretas nada tiene que ver con lo que ocurre aquí, donde los visitantes, por más que cuatro esnobistas pretendan rasgarse las vestiduras,

no constituyen incordio alguno, sino una bendición para la prosperidad. Puede que los problemas de Barcelona -1,6 millones de habitantes, 7 millones de turistas- y Baleares -imposible alquilar casa para residir, todas destinadas al itinerante- sean iguales que los de Venecia -60.000 vecinos, 20 millones de turistas- o Amsterdam -800.000 habitantes, 17 millones de forasteros-, pero no que los de Asturias.

Lo que el gentío veraneando de Tinamayor al Eo evidencia es otra cosa: la descoordinación en la oferta, cierta incapacidad para reaccionar rápido ante una demanda al alza, con elevado nivel de exigencia, y la ausencia de políticas coordinadas para colmar las expectativas del viajero sin comprometer por desidia o negligencia las joyas que le atraen. Los turistas, por el efecto del boca a oreja y el interés en explorar horizontes diferentes, hoy vienen casi solos, sin tanto esfuerzo. Falta saber qué quiere hacer la región con este nuevo maná y hacia dónde va.

Dado el relieve que alcanza el sector, no parece muy adecuado, por ejemplo, que en el momento candente de la temporada los museos obvien la multiplicación de clientes. Los privados, los que dependen de sus ingresos, no cierran. Los que subsisten de la subvención o del erario ni modifican sus días de descanso. El Arqueológico y el de Bellas Artes, dos de los grandes, bajan la persiana a la vez en lunes. Nadie cuestiona el derecho al descanso, pero en épocas de máxima afluencia ¿qué impide escalonarlo para mantener siempre un mínimo de equipamientos a disposición del usuario? El criterio para actuar debe determinarlo el sentido común.

Cuando sí existe una respuesta a las necesidades, la falta de explicaciones o de promoción acaba por frustrar las buenas intenciones. Ahí está el aparcamiento de la playa de Gulpiyuri, inaugurado para evitar el caos, casi vacío y la carretera de Naves y el enlace de la autovía convertidos en un peligro con coches por los arcenes. Y, en fin, que a escasos días de abrir en Covadonga el año de la triple celebración (la de la coronación de la Santina, la del parque nacional y la de la batalla de Pelayo) no exista un programa conmemorativo extraordinario del Principado equivale a malgastar una oportunidad histórica por nula planificación. Galicia, con el Xacobeo; Cantabria, con el "Año santo lebaniego", o Castilla y León, con "Las edades del hombre", no dejaron escapar la ocasión.

Asturias no sabe venderse pese a contar con un conjunto natural y monumental increíble. Los esfuerzos siguen siendo deslavazados, individuales, con la autonomía por un lado, los concejos por el otro y éstos dando la batalla cada uno por su cuenta. Falta conciencia sobre la potencialidad de las iniciativas conjuntas porque no arraiga, como en tantos otros aspectos, una visión estratégica regional. Las vacaciones suponen descanso y disfrute, satisfacción e invitación al descubrimiento. Atender esas premisas requiere hacer la estancia cómoda al visitante: trato exquisito, mucha profesionalidad y la excelencia en calidad. Si no lo recordamos, el turista pronto nos lo hará pagar.