Causa sorpresa e incluso estupor que justo en el momento en que los expertos -o al menos algunos expertos- hablan de la recuperación del arenal de San Lorenzo, en un verano que no hubo quejas ni críticas sobre la pérdida de arena de la playa se anuncie un nuevo estudio universitario sobre la búsqueda de un banco de arena litoral para tenerla disponible en caso de que fuera necesario realizar aportes. Sorprende, insisto, la aparición a deshora de un asunto recurrente a nivel local que aparece y desaparece como serpiente veraniega zigzagueante. Vamos, una vez más, al grano.
El estudio de impacto ambiental de las obras de la ampliación portuaria ya contemplaba esa posibilidad, en previsión de que la construcción del nuevo dique y los rellenos necesarios influyeran en el principal recurso turístico de la ciudad, provocando la pérdida de áridos. Ese empeño se acometió hace años, pero la Autoridad Portuaria certificó que no había en la bahía bancos de arena con una calidad idéntica a la de San Lorenzo. Donde se igualaba el color no cuadraba la volumetría, y viceversa.
Tradicionalmente, los mandatarios locales han huido de meterse en el berenjenal de autorizar la realización de nuevos acopios de arena a San Lorenzo, como si estuvieran señalados por el estigma mártir del santo que da nombre a la playa y fueran a terminar sus días políticos sometidos a la parrilla de la crítica ciudadana. Y es cierto que nada provocaría mayor contrariedad a los gijoneses que una arena distinta en su playa totémica.
