La Nueva España

La Nueva España

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Camilo José Cela Conde

Libros sobrevalorados

Un escritor joven, muy prolífico en las redes sociales, ha sacado la lista de diez obras tan universales como sobrevaloradas, en su opinión. Entre ellas se encuentran nada menos que "Poeta en Nueva York" de Federico García Lorca y "Veinte poemas de amor y una canción desesperada" de Pablo Neruda. Bien es verdad que la descalificación queda, en esos dos casos, un tanto disminuida porque el comentario negativo que lleva a menospreciar ambos libros apunta a que se trata de obras inferiores a otras salidas de la pluma de esos mismos poetas. Dicho de otra forma, si García Lorca no hubiese publicado su "Romancero", ni Neruda su "Canto general", la crítica hacia esos libros suyos que andan en boca de todos estaría de sobras.

En cualquier caso, el episodio me ha hecho pensar de inmediato en la historia aquella de un jovencísimo César González Ruano cuando, recién llegado a Madrid y en busca de abrirse hueco lo antes posible en el parnaso literario, dio una conferencia -creo recordar que en el Ateneo- poniendo a parir panteras al Quijote. El único eco que obtuvo fue un comentario del "Abc" que, en un pequeño hueco de una página par, decía "al señor González no le gusta Cervantes".

Cortar las cabezas de los clásicos es una tarea recurrente que cada generación lleva a cabo cuando busca abrirse camino. Y la mejor forma de hacerlo es épater le bourgeois, por más que los burgueses dispuestos a asombrarse y escandalizarse sean, a estas alturas, una especie tirando a más bien escasa. Pero lo más interesante de este eterno retorno al campo de la provocación es que se tira con bala contra aquellos que, siendo jóvenes, hacían lo mismo para marcar las diferencias.

Con una diferencia cruel. Al cabo lo que cuenta es el resultado, ¿no? Así es incluso en el terreno de la literatura o, mejor dicho, lo es en especial en ese mundo que no existe salvo que haya lectores. Cuando los autores de obras que han pasado a la historia de la literatura llevan a cabo, ya sea en los inicios de su carrera o peinando canas, críticas demoledoras, lo hacen con el bagaje y la autoridad que les da el haber sido capaces de componer verdaderas maravillas. Pero si quien arremete es el autor de un par de libros que han pasado sin excesiva pena ni gloria por el tamiz implacable de los lectores, entonces estamos ante un espectáculo que se queda en patético. Aunque, a decir verdad, la culpa no es sólo de los provocadores. Si sus opiniones se aireasen en el universo de los tuits, los blogs o cualquier otra de las nuevas formas de llamar la atención sin filtro alguno, el asunto carecería de importancia. Lo malo es que el comentario acerca de los libros sobrevalorados aparezca en la edición -digital, eso sí- de uno de los diarios de mayor tirada de toda España. Es su redactor jefe quien debe decidir si merece la pena que sepamos que a González no le gusta Cervantes.

Compartir el artículo

stats