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Las viñas del Sueve

Una iniciativa agrícola valiosa para Asturias

Desde Arriondas/Les Arriondes, una carreterina llena de curvas con garbo va ascendiendo entre praderías hasta Cuadroveña y Guexes, según Madoz territorio bien ventilado, de suelo fértil y fuentes de aguas exquisitas, y exportador de avellana, aunque hoy esta última característica haya desaparecido. Un poco más allá de La Venta, un desvío hacia la izquierda nos hace ir descendiendo por un paraje de prados con ganado y árboles en las lindes, la naturaleza humanizada de Asturias que llena al viajero de paz.

De pronto aparece una iglesia antigua de aspecto remocicado, con espadaña de tres campanas que le queda grande, como si una nenina calzase los zapatos de tacón de su madre. No falta el tejo centenario delante. También hay una explanada con construcciones de techo curvo chocante y aspecto de estar abandonadas -posiblemente viejos establos- a un lado del camino y al otro una torre medieval con pretensiones y añadidos que se mantiene en pie gracias a sus paredes de fortaleza. Estamos en el Solar de los Nevares y Estrada. En ese marco, el viajero imagina a Bernardo Estrada y Nevares "señor de la casa fuerte y torre de Nevares" firmando en una mesa rotunda de castaño del salón principal un día cualquiera del año 1672 la compra a los vecinos de la práctica totalidad del Concejo de Parres. Se sabe la cifra: 254.725 maravedies.

Aquella adquisición no sólo lo hizo dueño de vidas y haciendas sino Regidor del Coto de Arriondas -de aquella el cargo se compraba, un sistema como otro cualquiera de tener alcalde-, lo que le permitía entre otras preeminencias "la entrada en el Ayuntamiento con espada y daga".

La carreterina, que cruza la heredad, sigue descendiendo. Es cuando mirando al Sur se descubre un valle de asombro. Más de treinta hectáreas de praderías y bosques de castaño y allá a lo lejos, cerrándolo todo, las montañas de Ponga y Caso.

En la ladera izquierda, dominando el territorio, el viejo Palacio, una construcción poderosa de estilo renacentisa-barroco, rematada en el siglo XVII. Y todo ello abrigado a la espalda, el Norte, por la inmediata Sierra del Sueve.

El paraje está en el mismo límite Oeste del concejo de Parres; por la finca corre el río Cúa que marca la frontera con Piloña.

Y ha sido aquí, en este valle guapísimo que mira al Sur donde las empresas asturianas "Abarcadoriu" y "Grupo Nature", con experiencia conocida en el mundo de la alta hostelería y el turismo, están desarrollando un proyecto a priori sorprendente: producir vinos de calidad a diez kilómetros en línea recta de la mar, en un lugar sin referencias sobre el cultivo de la vid, salvo algunas viñas sueltas en el valle de Valdediós, en Villaviciosa, allá en la Edad Media.

Las zonas vitivinícolas del Principado siempre se correspondieron con las vegas altas del Narcea y el Navia -Suroccidente- y la zona baja del Nalón -Grado, Candamo-, estas últimas ya perdidas en el tiempo. Cuentan las malas lenguas que las monjas del extinto convento de Fenolleda, cerca de San Román, poseían buenas parras y disfrutaban con alegría y devoción de los benditos caldos que, gracias a la benevolencia del Sumo Hacedor, cultivaban risueñas y felices.

Todos los proyectos tienen un punto de arranque. El astur-mejicano Tomás Álvarez, uno de los copropietarios de la empresa "Abarcadoriu" llevaba años planteando a sus socios la idea de entrar en el negocio de la vitivinicultura en el Principado, sin éxito ante la duda razonable del resto. Una mañana sonó el teléfono de Antón Puente, el conocido hostelero de Cangas de Onís, gerente del grupo Nature. Tomás Álvarez lo llamaba desde Nueva Zelanda:

-¡Antón, aquí hace el mismo frío y orbaya como en Asturias, y producen unos caldos de caer de espalda; no me fastidies, hay que empezar con el viñedo!

No quedaba otra que darle la razón. Se fichó al agrónomo José Hidalgo, considerado el mejor enólogo español del momento. Junto con la química Ana Martín estudiaron el terreno y todas las referencias climáticas que pudieron conseguir, evaluando también el efecto innegable ya del cambio climático. Y entendieron que en aquel valle precioso y casi desconocido en la falda del Sueve se podía producir vino. Y sería de calidad, tras una experiencia similar y exitosa dirigida por el mismo equipo en Cantabria. El asunto no era banal porque, de ser cierto, se abriría una nueva expectativa de cultivo y de agroindustria para Asturias. Además, previo al éxito o al fracaso, se hacía necesaria una inversión poderosa ya desde el primer momento, que se incrementaría posteriormente con la construcción de lagares y bodegas.

Se estudiaron también el resto de posibilidades para aquella finca que superaba las treinta hectáreas. La asturianidad de los empresarios se impuso: ocho hectáreas para pomarada de manzana de sidra, que compartiría parte de las instalaciones y equipos precisos para el vino, teniendo como objetivo también la diversificación de los productos: vinos y sidras de diferentes características, jaleas, vinagres? y la recuperación del Palacio con su entorno como edificio noble -conforme a un proyecto del arquitecto Felix Gordillo- para servicio y complemento de las plantaciones y la agroindustria derivada, incluyendo algo inexistente en Asturias: un glamping, camping de bajísima densidad y alto nivel, absolutamente respetuoso y conjugado con la naturaleza, que se situaría inmerso en uno de los sotos.

Con valentía, aquellos empresarios con alma de pioneros dieron el disparo de salida, y la empresa berciana "Viticampo" acometió la plantación y la dirección de los trabajos.

Hoy, en las laderas mejor orientadas del valle se observan cuatro hectáreas abundantes de viñedo, espléndidas en su segundo año de vida, bien cultivadas, que en otros dos años producirán buenos racimos.

José Hidalgo no lo dudó: se iría a uva blanca, primando la autóctona, de adaptación por tanto probada, acompañada de vides de calidad vinícola contrastada; la primera -ya injertada con éxito- es la albarín blanca, la histórica y sin duda mejor uva blanca de Asturias, también utilizada en la montaña leonesa. Es de baja producción pero de ella se obtienen caldos de delicioso sabor, madre según algunos de las grandes variedades blancas españolas. La otra sería una uva centroeuropea, de nombre Gewürztraminer, también blanca, muy aromática, excelente, propia de países fríos, perfectamente compatible con la albarín -no confundir con la albariño a pesar de la similitud en el nombre.

El cocinero Ramón Celorio, responsable de restauración del grupo Nature, pasa varias veces a la semana a ver "sus viñedos", esperando asombrar con los vinos que de ellos resulten a los clientes exigentes que disfrutan de sus grandes menús.

No se trata de un sueño sino de una filosofía de empresa; en las inmediaciones del complejo "Pueblo astur Eco-Resort", el excelente alojamiento cinco estrellas, de Cofiño, cercano a la plantación y propiedad también de "Abracadoriu", ya se cuenta con una hectárea de huerta que permite ofrecer a los clientes verduras propias de temporada, a lo que añaden gochu asturcelta y oveya xalda también de la casa.

Y detrás vendrán las sidras y los vinos del Palacio. Para que luego se dude de la capacidad emprendedora de las gentes de esta tierra.

La supertficie ahora plantada producirá anualmente treinta mil botellas de caldos blancos. Se está por tanto ante una inciativa meritoria y muy relevante que demuestra que ese inmenso territorio de nuestra Asturias rural es capaz de generar productos de excepción, con su riqueza derivada, siempre y cuando sus habitantes se convenzan de ello.

-Hay un problema importante, Hidalgo -comentó el escribidor de este artículo al famoso enólogo- la gente de esta tierra somos autodestructivos; nada más que leamos en la etiqueta que el vino es asturiano dirán "¡Pero si ye de aquí; ónde van éstos!"

-Más negativos son los gallegos y mira a dónde han llegado con sus caldos.

El articulista, mientras volvía hacia Oviedo, se dio cuenta que en los años sesenta la sidra era una bebida de cuatro chigres con telarañas. Posiblemente José Hidalgo tuviese razón.

Suero Gutiérrez de Nevares, al servicio de la reina Blanca de Navarra, en mil trescientos y pico, no pudo imaginar que siete siglos más tarde su solar asentaría los más ilusionantes viñedos de la cornisa asturiana. Por si fuese poco una bula pontificia de Clemente XIV concedió en su día indulgencia plenaria a todos los fieles que visiten en ciertas fechas del año la iglesia del Palacio. Cuando el vino nacido en estas viñas esté listo para ser trasegado tendremos otra razón de peso más para pillar esa indulgencia en una escapada al Valle de Nevares, que es cosa sabia hermanar el cuerpo y el alma. Bien lo sabían las monjinas gozosas del convento de Fenolleda.

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