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Los incendios impactan en la salud mental

La importancia de las terapias integrales en las personas afectadas por el fuego

"Cuando el hombre no se encuentra a sí mismo, no encuentra nada". Goethe.

Asistimos perplejos e impotentes a la quema de bosques en nuestro país. Se ha hablado hasta la saciedad del impacto ambiental, económico, ecológico y, por supuesto, de la posible pérdida de vidas humanas. Pero nada o, muy poco, se ha dicho del impacto de éste tipo de catástrofes en la salud física y mental de las personas afectadas. Fuego, humo y cenizas en los bosques canarios. Miles de hectáreas de árboles autóctonos, arrasadas. Inmensas pérdidas, daños incalculables y presupuestos ingentes para afrontar la repoblación forestal.

Pero aparte de estos daños físicos y materiales, merece la pena hacer algunas consideraciones acerca de los daños físicos y psicológicos, éstos mucho más subjetivos y persistentes. Esta catástrofe ecológica, puede quebrar el sentimiento de seguridad de las personas de ese medio, incluso llegar a poner en cuestión sus propias creencias e ideales de toda la vida. Siempre hay un antes y después. Un después descrito por un paisaje carbonizado, tétrico, dantesco y trágico. Algunas víctimas quedarán marcadas de por vida y se limitarán a llevar una vida anodina y sin ilusión. Una persona afectada describe: "de pronto he echado de menos aquellos paisajes en que el tiempo era mi amigo y me regalaba la calma templada de una tarde desde el porche de mi casa, De aquel entonces conservo perfectamente las canciones de los pájaros y el eco del vértigo que fueron los días? Vivía en ese paisaje de perfume y color bajo el mandato de la despreocupación? Ahora todo es de otra forma, como si de repente apareciera una densa niebla? Y surge el dolor de estar viva, de no saber si vivir merece la pena?" En el páramo carbonizado por el fuego, surge la esperanza de la vida? Pero, sin duda, las personas afectadas, serán especialmente vulnerables en su salud.

Una persona decía: "la vida se me ha llenado de muertos muy próximos como árboles caídos después de un huracán? Desde hace tiempo, al asomarme al porche de mi casa, siempre tenía una sonrisa como el sol, ahora siento mucha angustia y desgana para vivir? Me siento vulnerable y ese paisaje calcinado es como la catástrofe de las ausencias? Y no puedo vivir? ¡No quiero vivir!". Otras personas, tal vez, se readaptarán parcialmente y atenderán sus necesidades de forma inmediata. La profunda frustración de muchas personas (¿por qué a nosotros?) contribuye a generar una sensación de indefensión y desesperanza, ingredientes necesarios para cualquier perturbación psicosomática. Sin duda, en los próximos meses aumentarán los trastornos psicopatológicos en muchas personas que han perdido su entorno natural (paisaje, cosechas, animales, casas, etc.). Las farmacias y las consultas médicas en los centros de salud son quizá el mejor lugar para comprobar los efectos de esta explosión de ansiedad, angustia y depresión. Los afectados reviven el suceso una y otra vez, rehuyen el contacto con cualquier persona que les recuerde el acontecimiento, están en alerta permanente, experimentan síntomas físicos, abusan de fármacos, alcohol o drogas. Son personas que sufren el rigor del estrés postraumático. Las recetas de todo tipo de ansiolíticos, antidepresivos e hipnóticos, se dispararán en los afectados. Sabemos que la salud es un difícil equilibrio con nuestro medio ambiente. De ahí, que la destrucción del medio (la quema de los bosques) sea uno de los agentes estresantes más potentes, inductor por supuesto, de numerosas enfermedades. Imaginemos una persona que vivía en las proximidades de uno de los bosques calcinados. Al levantarse temprano, podía respirar un aroma de pino, eucalipto y de múltiples flores silvestres. Disfrutaba asimismo del trino y alegría de los pájaros y de un paisaje único, protector de su salud.

Ahora, sin embargo, contemplamos un paisaje carbonizado, fúnebre y triste como antesala de la muerte. El "olor quemado" es insoportable y la monotonía negra del paisaje, es impactante. Una atmósfera de misterio, una sombra oscura, dibuja la soledad dolorosa y la melancolía ante el espectáculo dantesco de la naturaleza absolutamente destruida. ¿Dónde están mis árboles? ¿Dónde se encuentran los animales? ¿Qué fue de aquél cuadro paisajístico multicolor? Esta imagen ennegrecida, despierta en las personas traumatizadas, episodios de tristeza y melancolía. En fin, un cuadro ante el que no quiero despertarme porque el dolor y la desesperación son los aspectos más destacados de mi humor. Las caras de estas personas, antes alegres, ofrecen un rostro de profundo abatimiento, impotencia, cansancio y melancolía. Un silencio profundo parece reinar en ese espacio quemado y enlutecido. Algo similar a lo que pintó Edward Munch en su cuadro "El Grito". Un horror inenarrable, miedo atroz y una incapacidad de tranquilizarse; una angustia a flor de piel. Este paisaje es como un grito "desgarrador" que podemos ver en las personas afectadas con sus ojos inmensamente abiertos. Así, pues, muchas personas atrapadas por el fuego vivirán durante mucho tiempo el acontecimiento traumático de forma persistente. Un sentimiento de "extrañeza", referido a "sí mismo" y a su entorno inmediato. Los trastornos psicosomáticos se disparan: problemas digestivos, hipertensión, neurosis, dispepsias, cefaleas, molestias cardíacas, trastornos músculo-esqueléticos, trastornos génito-urinarios, taquicardia, palpitaciones, etc. Especialmente, los síntomas de angustia, ansiedad y los de aprensión, miedo y terror, se extienden al igual que el fuego arrasador de fauna, árboles y matorrales. Los recuerdos, los sueños de carácter recurrente (a veces, terroríficos), las sensaciones de que el acontecimiento traumático se están reviviendo vívidamente, el malestar psicológico intenso, la sensación de un futuro desolador y los síntomas persistentes de excitabilidad (ausentes antes de la catástrofe), dificultades para conciliar el sueño, irritabilidad, problemas en la concentración y respuestas exageradas de sobresalto, constituyen algunas perturbaciones psicológicas propias de éste tipo de catástrofes ecológicas.

En fin, la intranquilidad de ánimo y la expresividad morbosa son las características de estas gentes atrapadas por la angustia y la desesperación. Observando a estas personas, podemos contemplar la impotencia humana ante la fatalidad. En ese contexto, hemos visto a personas cabizbajas que retuercen las manos y que expresan muy bien el dolor del momento. Gestos de desesperación, de expresión crispada y dramática, que denotan un gran estrés y dolor. Y las demás personas que observamos, ¿rezan?, ¿maldicen?, ¿se sienten abrumadas?, ¿están desconsoladas? Tal vez, ese paisaje quemado produzca una agresividad interna, dañina y autodestructiva, que nos puede llevar por identificación con la naturaleza, a la propia destrucción de uno mismo (autolisis), al suicidio. Precisamente aquella exuberante naturaleza perfumada y de un vívido colorido, se ha transformado en un paisaje de horror y espanto; un páramo carbonizado. Desesperación, infierno, pesadilla e impotencia, son palabras que dibujan la experiencia vital de estas personas. Muchas personas pertenecientes a ese paisaje devastado están entristecidas imaginándose los animales aterrados que huían envueltos en llamas. Un dolor inenarrable, un terror que no podemos comprender. El impacto de este tremendo estrés potencia el riesgo de morbilidad y mortalidad. Siglos de paciencia, árboles centenarios carbonizados testigos de la infancia de sus bisabuelos. Suelo destruido que no dejará ver la próxima primavera. En fin, un entorno sin reloj biológico ni climatológico. En éste paisaje carbonizado, surge en el habitante el "sentimiento del culpabilidad", ¡lo pude haber evitado! Los trastornos de ansiedad, la irritabilidad y el miedo a que de nuevo pueda arder en su propia casa, activan patrones de conducta enfermizos que se repiten cotidianamente. Asimismo, el concepto de "sí mismo" y el de "autoestima", se ven sensiblemente deteriorados como consecuencia de la inadaptación progresiva sufrida por la catástrofe de la quema del bosque. En fin, un humor depresivo envuelve al sujeto como una gigantesca telaraña pegajosa, exhibiendo al mismo tiempo irritabilidad, apatía, desgana y falta de energía vital.

Otras personas, sufrirán de evitación fóbica, lo cual determinará en última instancia el abandono de su propia casa y de ese entorno. Probablemente el abuso del alcohol y de los medicamentos sedantes, se incrementen significativamente y produzcan conductas de dependencia. Igualmente, en tales circunstancias, es previsible el aumento de la depresión, del absentismo laboral y del costo de la asistencia médica. El trastorno por estrés postraumático, finalmente hace su aparición. El sujeto se ve asediado por la rememorización desagradable del evento traumático, lo que ocurre a través de pesadillas terroríficas en las que él mismo se ve rodeado y abrasado por el fuego. Esta evocación displacentera, se repetirá de forma reiterada hasta el punto de producir un estado psicológico de hipervigilancia y una profunda sensación subjetiva de angustia. El fuego no ha destruido solamente el bosque, sino muchas imágenes mentales de la persona, ha destrozado también gran parte de su propia "imagen personal", del concepto de "sí mismo". Tal vez, el "sentido de la vida" del "lugareño", destruido por el fuego, le conduzca finalmente a la enfermedad. De ahí, la necesidad de realizar estudios de seguimiento a corto y largo plazo que permitan vigilar la salud de estas personas y aplicar programas terapéuticos integrales, necesarios para calmar el "ardor del fuego destructivo" en la mente humana. ¡Ya no soy nada, sin mi naturaleza y paisaje!

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