Covadonga es historia, naturaleza y fe, una triple simbología difícil de aunar y de igualar en cualquier otra parte. Y palabra "viva y activa, con ser vieja de siglos", como escribió Pérez de Ayala. El Real Sitio, con la celebración el próximo viernes del día grande de la región, da el pistoletazo de salida a un 2018 mágico en el que se cumplen simultáneamente 1.300 años de la instauración con Pelayo del Reino de Asturias, un siglo del Parque Nacional de los Picos de Europa y otro de la entronización de la Santina. La Cueva y el monte ya lo significan todo para los asturianos. La coincidencia afortunada sirve en bandeja una ocasión inmejorable de elevar esta fortaleza natural y su entorno a la categoría que merece: la de mito universal.

Covadonga ejemplifica lo mejor y lo peor de Asturias. No existe otro lugar en la región que sintetice la identidad de los asturianos, ni que éstos sientan como emblema de lo que los une. Esa percepción traspasa creencias e ideologías. A preservar la Santina durante la Guerra Civil, trasladada clandestinamente a la Embajada en París, contribuyeron por igual ciudadanos creyentes y agnósticos, porque el significado de la imagen para muchos supera lo religioso. El millón de visitantes que cada año desfila por la falda del Auseva no llega atraído únicamente por el fervor. Pero ni siquiera el carácter esencial del Real Sitio, expresión del orgullo sincero de pertenecer a esta tierra, es capaz de hacer fraguar, en torno al propio santuario, unidad, energía concentrada en una causa o subordinación de intereses particulares y partidistas a metas colectivas.

En la historia de Covadonga pesa el abandono. Asturias se conformó durante décadas con aquel "templo en el aire", en descripción de Madoz, sorprendente y vetusto. Una iglesia de madera suspendida en el vacío desde la misma gruta. El incendio causado por unos ratones que derribaron unas velas la aniquiló. El proyecto monumental de Ventura Rodríguez para reemplazarla fragmentó la región entre quienes defendían la modernidad, una obra grandiosa, y la tradición, respetar lo que había. La pugna duró lustros. Los trabajos no se libraron de los sobrecostes. No había dinero para financiarlos y veinte años después de iniciados quedaron suspendidos. Hasta Jovellanos exclamó: "¡Quién lo creyera! Los más obligados a promover su ejecución fueron los primeros a resistirla".

¿Alguien aprecia diferencias con lo que ocurre ahora mismo con las grandes infraestructuras? Hay en la ontología regional una dualidad entre el ser asturiano, el sentimiento de pertenencia, y el vivir lo asturiano, la actitud como colectividad, que nace del individualismo y que desemboca en la disgregación, la falta de voluntad cooperativa, la polaridad y el desacuerdo sobre las prioridades.

Tuvo que ser un valenciano, Benito Sanz y Forés, recién nombrado obispo de Oviedo, el que 95 años después de su destrucción -casi un siglo, nada más y nada menos-, decidiera rescatar el Real Sitio tras la profunda decepción que le produjo la primera visita: "¿Esto es Covadonga? ¿A esto ha quedado reducida la cuna de España? Es mengua de españoles tener en estado tan lamentable este Santuario augusto de la religión y de la patria". Pero fue la suya una labor tan personalista -contrataba a los canteros, compraba la madera, diseñaba el edificio- que cuando lo trasladaron a Valladolid se marchó con los planos, empantanando los trabajos.

Se construyó un camarín, destruido en la contienda fratricida, que antes se quiso derribar porque a unos les parecía un adefesio y a otros un hallazgo. En fin, que desde que los asturianos vieron reducido a pavesas su principal símbolo hasta que lo volvieron a levantar pletórico, tal cual lo conocemos casi de milagro, pasaron 124 años. Aún hoy la explanada está llena de baches y precisa un remozado. Como el lugar es de tantas administraciones, nadie toma la iniciativa. O todas quieren imponer su criterio. Del último plan revitalizador, el del ascensor panorámico desde Les Llanes, queda una casona comprada por tres millones de euros, para hacer un centro de recepción, devorada por la maleza.

Asturias cuenta en Covadonga con el hilo argumental del que tirar para reconstruir su gran relato épico. La visión romántica exageró hasta la hipérbole lo que allí aconteció, aunque nadie pone en duda que existió una batalla convertida con los siglos en piedra angular de una nueva estructura política bien definida cuyos máximos representantes tienen continuidad hasta el presente, de Pelayo a Felipe VI. También puede decirse que el ecologismo español nació de sus paisajes, con el primer espacio protegido del país y uno de los más antiguos del mundo.

El Principado, la Iglesia y el Parque Nacional llevan con sigilo la organización de los actos de 2018. ¿Lograrán convertirlos en foco de autoestima de los asturianos y fortalecernos como comunidad? Tienen ante sí una ocasión histórica para despertar Covadonga, darle brillo, afianzar su singularidad y relanzar el lugar como símbolo global a la par que elemento vertebrador de la región.