Yo he visto cosas que vosotros no creeríais. Al Sporting lograr dos Champions consecutivas, como si fuera un renacido Milán de Sacchi. A Ronaldo liderar el ataque del Oviedo y endosarle un "hat trick" al United en Old Trafford. Cualquier opción era posible en una partida de PC Fútbol.
Estamos en los noventa. Los ordenadores aún se apellidan Pentium y los móviles no salen ni en las pelis de ciencia-ficción. En la Pola aún se estilaban los "domingones", pero los sábados eran harina de otro costal: era el día del PC Fútbol. Cuando jugaba en solitario, cogía siempre a la Unión Popular de Langreo. Ganzábal crecía hasta los 50.000 espectadores (es de suponer que alguno vendría de Mieres) y el equipo se nutría de estrellas. Aún recuerdo aquel once que nos dio a los langreístas una gloria europea que sólo yo disfruté: Guardiola, aún en activo, llevaba la manija; en ataque lucía la doble "R", Raúl y Rivaldo; en la portería, Buffon echaba el candado. Porque todo en el fútbol envejece, salvo Gianluigi Buffon.
Pero mis mejores recuerdos son las partidas con los amigos, aquellas en las que, en torno a una pantalla de tubo, nos arracimábamos Miguel, Eduardo y un servidor para competir por el "Scudetto". Miguel solía coger el Milán y yo tiraba por la Juve: lo primero que hacíamos era cambiar a Stroppa, un fino centrocampista al que me gustaba colocar de delantero, por Carrera, un tosco central que en el esquema de Miguel metía una veintena de goles por temporada. Con Carrera y diez más, Miguel nos levantó cinco campeonatos consecutivos. Porca Miseria.
Un día, Dinamic Multimedia quebró. Tiramos un tiempo con los juegos de temporadas anteriores, pero el avance inmisericorde del fútbol y de la vida acabó por echarnos también del PC Fútbol. Visto en perspectiva, casi fue lo mejor: mis estudios y mi vida sentimental lo agradecieron.
Aún ahora, cuando me reúno con Miguel y Eduardo, recordamos aquellas interminables partidas. Incluso alguna vez hablamos de repetirlas, aunque nunca se da. Miguel se sacó el título de entrenador, Eduardo es funcionario y a mí, convertido en aquel revolucionario de Mrozek, me queda la nostalgia. Y cuando me consume el aburrimiento, recuerdo los tiempos en los que fui un manager profesional de fútbol.