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Abogado, fue consejero del Principado con el PSOE

Carta abierta a un nacionalista catalán

Una invitación a corregir el enfriamiento de una relación que trasciende lo personal

Estimado amigo:

Te escribo esta carta con el propósito de rescatar -de entre tanto escombro- aquella relación tan plena y enriquecedora de la que antaño hemos disfrutado. Hemos dejado de hablarnos, de frecuentarnos, de compartir, y ya se sabe que "el roce hace el cariño" (discúlpame que apele al refranero castellano; no veas en ello afrenta alguna, sino una expresión natural de la cultura de la que formo parte). Aunque bien conozco que el desacierto y la indigencia de políticos madrileños y catalanes han contribuido a aislarnos y a malquistar nuestra relación, que se está tornando dificultosa y difícil, estimo que aún permanece un hálito de vida, sobre el cual y con los cuidados adecuados (comprensión, respeto y recíproca admiración) reconstruir los afectos mutuos; y es que no me resigno a prescindir -equivaldría a una amputación de mi geografía vital- de tu compañía, de Cataluña, del disfrute del paisaje del Ampurdán, ni de las tardes de gloria que compartimos en el Nou Camp, al tiempo que reivindico -estoy seguro que tú, en tu fuero interno, también- los buenos momentos celebrados ante aquellas pantagruélicas fabadas en mi tierra asturiana.

En nuestras últimas conversaciones constataba yo cierta incomodidad por tu parte que, sin causa aparente (ya que la empatía personal permanecía), se fue proyectando sobre la relación, agostándola inexplicablemente. Retrospectivamente, reflexionando sobre el deterioro de la misma, y en un afán por entender las causas últimas, me he ido dando cuenta de que tú "yo nacionalista" se ha ido exacerbando a lo largo del tiempo, a medida que políticos radicales y profundamente equivocados se han adueñado de los gobiernos de Cataluña y España, hasta el punto de que tu sentimiento de pertenencia -y en paralelo, de rechazo hacia lo "español"- se ha agudizado, impactando en nuestras vidas, preteriendo la relación personal ante el ensueño nacionalista.

A mí, como a ti, tampoco me entusiasma la España que hemos heredado, pero me empeño en mejorarla en la medida de mis responsabilidades, y siendo honesto contigo acaso estaría satisfecho con una España que se asemejara más a Cataluña en bastantes aspectos, por eso quiero invitarte a ti a compartir ese empeño, antes que progresar en desencuentros con un final, cuando menos, impredecible.

Comparto contigo -hasta cierto punto- algunos de tus reproches, y, así, entiendo que históricamente la proyección de Castilla frente a Cataluña, efectivamente, en demasiadas ocasiones con consecuencias discriminatorias (dada la fuerte impronta centralista de aquella), haya dejado una huella de desconfianza e insatisfacción que está siendo exacerbada interesadamente al servicio de un mal propósito por parte del mundo político nacionalista en Cataluña. Es cierto también que este déficit en nuestra conllevanza histórica ha dificultado el conocimiento mutuo, hasta el punto de que -hay que decirlo- la cultura "oficial" española se ha construido muy principalmente sobre bases castellanas, excluyendo de nuestro acervo colectivo realidades periféricas que como la catalana -y no solo ella- deben formar parte del mismo. Lamento, créeme, que en mi formación reglada no haya tenido noticia de la obra de catalanes tan importantes como Verdaguer, Espriu, Mercé Rodadera o el propio Pla, por señalar solo una de las manifestaciones -la literatura- de la cultura catalana. Ya llamaba la atención hace muchos años Dionisio Ridruejo sobre este particular cuando advertía de "la desatención por la literatura catalana en su lengua en Madrid", añadiendo que "a esta ignorancia estúpida la llaman algunos patriotismo, lo que daría la razón a mis amigos catalanes más ofendidos y extrañados". Sin embargo, yo, y muchos españoles conmigo, hemos corregido por nuestros propios medios estos déficits históricos, en cualquier caso, consecuencia de un modelo de país sesgado ideológicamente, centralista y dogmático que tanto tú como yo rechazamos. La Constitución del 78, con todas sus carencias, pergeñó una nueva España, descentralizada y democrática, y, aunque justo es reconocerlo, requiere de desarrollo, ajustes y nuevos bríos en muchos aspectos, creo que merece la pena insistir en el proyecto común, antes que darla por finiquitada.

Que no te agrie el carácter y te ganen para la causa del desafecto las recaídas en vicios históricos protagonizados por grupos o minorías identificadas con un "españolismo" antiguo, a erradicar. Has de saber que quienes protagonizan a diario despropósitos como las pitadas a Gerard Piqué, conciben campañas para bloquear el consumo de cava y gritan aquello de "Pujol, enano, habla castellano" son hoy una ¿minoría? radical y trasnochada frente a quienes, al margen del griterío y del exhibicionismo grotesco, valoramos la convivencia, el respeto mutuo y la riqueza que entraña la pertenencia a un país -España- diverso, plural y, por ello, sujeto atractivo para fundamentar un proyecto de futuro ilusionante.

En fin, constato con disgusto que el enfriamiento de nuestra relación trasciende lo personal para proyectarse en una actitud colectiva en clave de ensimismamiento y rechazo mutuo entre Cataluña y el resto de España, ya que, de la menguante frecuentación y roce entre ciudadanos de uno y otro ámbito surgen las incomprensiones, desencuentros y equívocos que, en demasiadas ocasiones en la historia, han servido de catalizadores para cruentas disputas.

Albergo -y es el motivo de esta carta- el propósito de rehabilitar nuestra relación personal, tanto por el valor que por sí misma entraña y, lo confieso, por contribuir de esta manera -a modo de granito de arena- a alimentar el flujo de relaciones entre ciudadanos de ambos territorios, convencido de que la respuesta -anticuerpo- ante el desafortunado empeño de desconexión institucional pasa por intensificar las relaciones entre la sociedad civil, única manera de conocernos, admirarnos y fortalecer lazos que nos hagan sentir cómodos conviviendo, convencido como estoy de que la relación entre españoles y catalanes, caracterizada ahora por el desamor, es reversible si le aplicamos, desde la individualidad -con las instituciones, en desvarío permanente, más vale no contar por ahora- las dosis adecuadas de afecto, aprecio mutuo y bienquerencia.

En fin, amigo, ya conoces el refrán "fan més fressa dos que cridin que cent que callin"; siendo esto así, y ante el griterío de los menos, quiero emplazarte para que los que callamos, como nosotros, y que no compartimos la sinrazón, hagamos un alto en el camino volviendo a citarnos en el chiringuito de Las Ramblas -butifarra y cava incluido- que en otro tiempo tanto frecuentamos, y en el que tan buenos momentos pasamos, como punto de inflexión en nuestra relación.

Saludos de tu amigo asturiano -español- devoto de su tierra y, como bien sabes, admirador de la tuya.

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