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Xuan Xosé Sánchez Vicente

Zapatero, Trump y los ninis

La mediación del expresidente del Gobierno en Venezuela y las enfermedades de Occidente

Conocen la facecia: el disgusto de aquella mujer al enterarse de que su marido se había liado con la chismosa del 4º. "¡Colo mal que lo fae! -se quejaba-, colo mal que lo fae! Ahora todo el mundo se va a enterar de que no sirve para nada" (el cuento corre también con un protagonista político, de cuyos límites teme la familia que todos se enteren ahora que ha accedido a un cargo; se ha aplicado, especialmente, a un político asturiano, pero, ya que estoy en mi hora diaria de caridad, no diré a quién).

Pues eso ocurre con Zapatero, don José Luis. De sus múltiples fatures desde el primer día de su toma de posesión (la confidencia a Sonsoles al entrar en la Moncloa: "no sabes cuánta gente podría hacer esto -la Presidencia, aclaro- tan bien como yo") a aquella confesión tardía y cobarde de que lo de "aprobaré cualquier estatuto que venga de Cataluña" no había sido cosa suya, sino que se lo habían puesto para leerlo.

Pues bien, cuando parecía que ya no disponía de teatro para que nos enterásemos de sus virtudes, don José Luis se ha liado Venezuela a la cabeza y allí pasa el día tratando -dice- de mediar. En ese ínterin apaciguador se ha producido un golpe de estado, se ha disuelto el parlamento elegido democráticamente y se ha nombrado a dedo un grupo de sectarios para crear una nueva constitución, dictatorial, por supuesto.

Más podría decir, pero me limitaré a las (entre irritadas y avergonzadas) palabras de Felipe González sobre esa "mediación": "La verdad es que no conozco el contenido de esas negociaciones, no sé lo que está sobre la mesa. Así que solo puedo valorar resultados. Y a tenor de esos resultados, usted misma puede ver que hace un año había 70 presos políticos y hoy hay 600".

Pues eso.

El caso de Trump merece una reflexión. Los medios de comunicación y la opinión pública lo tienen más o menos por loco y sinvergüenza. Cada "intelectual" estadounidense que pasa por aquí se despacha a gusto. El último Paul Auster: "Trump es un psicópata, un peligro, una amenaza para el mundo". Bueno, yo diría que, al menos, se comporta como lo que aquí hemos denominado siempre "un xateru", con perdón del gremio.

Ahora bien, ese general juicio anti Trump como un peligro mundial en el Occidente, especialmente entre los "intelectuales" y la izquierda, debe pasarse por la piedra de toque de la realidad. Putin ocupa Crimea y zonas de Ucrania. Ni una manifestación en contra en Occidente; el sujeto no es visto como una amenaza para la paz. Recientemente, no hay opinión ni medio que no califique a Trump y a Kim Jong Un, el sátrapa norcoreano, de dos locos peligrosos que amenazan la paz mundial, al mismo nivel. ¿Pero es Trump quien lanza misiles balísticos sobre otros países? ¿Es Trump quien inicia una carrera nuclear, saltando todos los convenios nucleares? ¿Es Trump quien amenaza con hacer desaparecer Guam? No importa, ambos son iguales: un par de locos peligroso, ambos tienen la culpa, el provocador y el amenazado. Y el emisor del mensaje no está ni con uno ni con otro: ni con el dictador ni con el presidente de un país democrático. A uno no lo apoya (¡más faltaría!), con el otro no se contamina. Equiparémoslos y distanciémonos.

Esas actitudes desvelan alguna de las enfermedades de Occidente. La primera, y menor, la mitomanía de convertir en santos-héroes a los presidentes liberales de EE UU (Clinton, Obama) y en diablos a los conservadores. La segunda es más profunda y potencialmente peligrosa: la negativa de nuestras sociedades a ver la realidad, aceptarla como tal y enfrentarla, lo que lleva imbricado, ante el peligro, acusarnos a nosotros mismos de serlo y exculpar al contrario, en una mezcla de cobardía e irresponsabilidad, de visión infantil y mágica del mundo.

Es el comportamiento que se manifiesta, por ejemplo, en el "peace for our time" de Chamberlain y el entusiasmo de las masas, tras entregar a Hitler una parte de Europa y abrir, así, la II Guerra Mundial. El mismo que se produce ante la llamada "doble decisión" de 1979 de la OTAN. Mientras los rusos desplegaban en la frontera con la Europa libre los SS-20, con tres ojivas nucleares cada uno, nadie se inquietó. Cuando, para forzar al desarme, Occidente decidió instalar, para forzar la negociación y para crear una respuesta de defensa creíble, los Pershing y misiles de Crucero, la histeria y las manifestaciones sacudieron la mayoría de los estados europeos.

Así somos, es esa nuestra constitución profunda, emocional y discursiva, y con esos bueyes hemos de labrar.

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