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Millas

El trasluz

Juan José Millás

Atroz

Lo de Cataluña produce más palabras de las que podemos leer, incluso de las que somos capaces de escuchar. Hay una inflación verbal que quita valor a las frases como la inflación económica resta valor al dinero. Cada día que pasa, las frases valen menos, aunque las selecciones de los medios más prestigiosos o de las firmas más lúcidas. Cuando el discurso sobre cualquier asunto se devalúa, el asunto pierde fuelle también. Nadie es capaz de leerse un sumario judicial de veinte mil folios, pero sí una novela de cien páginas sobre ese sumario. La diferencia entre el sumario y la novela está en el arte. El sumario no lo tiene; la novela, sí. Lo de Cataluña comienza a adquirir el tamaño colosal de un sumario con su lenguaje reiterativo y aburrido. Todos los artículos, dentro de su variedad, son el mismo artículo; todas las opiniones, dentro de su pluralidad, son la misma opinión. Aquí nos referimos a la sustancia, no a la forma. La sustancia de fondo es pegajosa, impregna cualquier información, no importa su tendencia o el medio en el que se difunda. Viene a ser como si usted mezclara el jamón de jabugo con el pescado. El jamón sabría a salmonete.

Los expertos en vino llaman retrogusto a la permanencia de un sabor en el paladar. El retrogusto de las informaciones sobre el asunto catalán es de pescado. ¿Cómo es posible, se preguntarán muchos, cuando se trata de un suflé? Pues por la misma mezcla a la que nos referíamos antes. Cuando uno carga mucho el carrito de la compra, los huevos se rompen, la merluza sufre un aplastamiento que se traduce en una pérdida de jugo, y la fruta madura se descompone. No importa que haya comprado usted el mejor chuletón de buey de la carnicería: su sabor de fondo será una mezcla indistinguible de todo lo demás.

Es lo que nos ha sucedido con el carrito de la compra intelectual en el que hemos ido introduciendo informaciones varias sobre Cataluña: que lo hemos llenado hasta los topes y lo dulce se ha mezclado con lo salado y lo blando con lo duro. No nos sabe a nada. O, peor aún, sabe a pescado rancio y huele a rayos. Aunque es cierto que unas palabras están más podridas que otras, el conjunto resulta atroz. Necesitamos una novela corta sobre el tema.

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