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Laviana

Más allá del Negrón

Juan Carlos Laviana

Gonzalo Juanes, la memoria en color

La Fábrica inaugura en Madrid una exposición del fotógrafo asturiano

Hay quien tiene recuerdos remotos en blanco y negro y quien los tiene en color. Creía que los míos eran en blanco y negro hasta que Gonzalo Juanes me los mostró en color. Había olvidado esos colores de los primeros años 60, tan poco estridentes, tan ocres y grises, tan reales.

El encuentro con la obra del fotógrafo asturiano fue en Madrid, en el centro cultural La Fábrica, criatura del gran agitador que es Alberto Anaut, que ha realizado un trabajo ímprobo para la conservación y difusión de la fotografía española, tan olvidada durante décadas. Ahora acoge una corta pero representativa exposición de la obra de Juanes, en la que se incluyen fotos de Gijón y de la calle Serrano en los años 60.

Entre las correspondientes a Asturias, se encuentran imágenes que hoy nos parecen insólitas de un pacífico e inquietante parque de Isabel la Católica, de esas cafeterías con mantel de cuadros y medios sándwiches de tapa, o esas fiestas en el campo -giras- , donde se disfrutaba con una alegría siempre contenida.

Por lo que respecta a la serie de Serrano, es fácil imaginar a Gonzalo Juanes sentado en una terraza fotografiando transeúntes: esos señoritos impecables, bigote, sombrero, corbata de nudo pequeño o foulard, pañuelo en el bolsillo frontal de la americana, gabardina colgada al brazo y cigarrillo ente los dedos. O las señoras enjoyadas, con el pelo laqueado y esos vestidos de paño, cuya textura olvidada nos parece tocar ahora en las fotos.

Juanes fue sencillo y modesto, como todos los genios. Su mejor lección es aquella de "Coge la cámara y sal a la calle a fotografiar lo que te dé la gana, pero no te empeñes en hacer arte". Como todos los grandes, siembre buscó el instante. Hasta en los posados y en las miradas a la cámara, hay un instante único atrapado en el tiempo, ya sea una ceniza a punto de caer, una boca entreabierta que trata de decirnos algo o una bicicleta pasando sobre un charco.

Para instante único, para imagen icónica, la del padre del artista en la Providencia: de espaldas, con sombrero negro, un brazo encogido suponemos que sujetando un pitillo, frente al inmenso verde oscuro de la pradera que se interrumpe ante la línea recta de un mar gris, confundido a su vez con las nubes blanquecinas del horizonte. Sí, exactamente son esos los colores que vimos, no los de la memoria.

Es la magia de la fotografía que nos desplaza a lugares distantes, nos hace respirar la hierba, mientras nos mece la brisa del mar y la mirada se pierde en el infinito. Y no digamos cuando la imagen es capaz de transportarnos a épocas distantes, y nos hace reconocer los colores, los sonidos y los silencios como si estuviéramos de nuevo allí, en aquella época de tonos apagados, en la que las personas no se ríen ni en las fiestas. La única foto de Juanes en la que alguien se ríe es una de la calle Serrano, en la que el artista sorprende a una joven rubia enseñando los dientes, en plena carcajada, tan estridente que hasta resulta triste.

A los asturianos nos pasa muchas veces. Tenemos que ir a Madrid para conocernos. Es lo que me ha pasado con Gonzalo Juanes. Me hubiera gustado haberle conocido en esa muestra antológica de la que habla su hijo. Fue en el viejo Instituto de Gijón hace ya catorce años. Tal vez ya va siendo hora de volver a mirada sobre el gran fotógrafo, indispensable para recordar las últimas décadas del siglo XX.

La Fototeca de Gijón sería el lugar indicando. De lejos, da la impresión de que el centro necesita mucha más actividad y quitarse ese barniz etnográfico si quiere convertirse en referencia de la Fotografía. La importancia de Juanes crece con el tiempo y se merece que lo mostremos a las nuevas generaciones. Tampoco sería mala idea tener una muestra permanente con lo más representativo de nuestros fotógrafos y que no tengamos que ir a Madrid para verlos.

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