La Nueva España

La Nueva España

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Xuan Xosé Sánchez Vicente

No son vacas sagradas

Los peligros de las bicicletas

Las bicicletas. Con motivo de la Semana de la Movilidad y del Día sin Coche, no han cesado de emitirse alabanzas a la bicicleta como medio de transporte, al tiempo que se cubría el vehículo automotor de un cierto estigma de malignidad. En Xixón, en concreto, el Día sin Coche, decía LA NUEVA ESPAÑA, "obligará a cerrar cinco calles de la zona centro al tráfico". Fíjense en ese "obligará", como si el cierre no dependiese de una voluntad de la Administración, de los políticos, y fuese un fenómeno natural, o sobrenatural.

Desde hace unos años el coche viene convirtiéndose en una especie de ser maligno al que se vitupera y castiga, mientras que la bicicleta ha venido transformándose en un a modo de vaca sagrada, a cuyo progreso se dedican múltiples esfuerzos y dineros, y en cuya sacralidad parece involucrarse la idea de que en ella y su uso universal se encierra una parte del secreto del futuro de la humanidad.

A manera de un Armagedón silencioso en donde se jugase nuestro destino como especie, los buenos (o los guáis) caerían de la parte del artefacto de dos ruedas, los malos, del de cuatro. Y en esa pelea se usan todo tipo de sofismas, tal el de "la ciudad para el ciudadano, y no para el coche", como si el coche se moviese por su voluntad y no estuviese, precisamente, al servicio del ciudadano.

Desde un punto de vista pragmático, además, entiende uno mal cómo las administraciones locales anatematizan y ponen continuas restricciones al vehículo de motor, que les suministra tanta gasolina monetaria y, al contrario, cabalgan en la gloria de la bicicleta, de tan escasa aportación al común. Pero no es de estas cuestiones de las que quiero hoy hablar específicamente, sino de algunos comportamientos ciclistas que representan un incordio para los demás -peatones o conductores- y de algunos de los riesgos que las bicicletas representan para sus usuarios.

El más evidente es el de la ocupación de las aceras. No es infrecuente. En su "derecho de vaca sagrada", hay ciclistas que transitan entre peatones, algunos con cierto miramiento, otros con ninguno. Es tal esa conciencia de derecho que un amigo mío que recriminó a uno de estos incívicos que casi lo atropella en una acera recibió esta respuesta: "¿y dónde está mi derecho a un carril bici?". ¡Como si la obligación de los contribuyentes -¿acaso sólo los del coche?- fuese poner una senda para biciclos hasta el portal de cada uno de sus usuarios! A otro, que corría por el centro de uno de esos carriles bici permanentemente vacíos de la periferia de la ciudad, vino a enfrentarlo desde doscientos metros de distancia un bípedo bicíclico para exigirle que saliese de dicha calle, que era solo para ciclistas, es decir, para él, su único usuario. Tal es en algunos la conciencia de montar vacas sagradas de derechos exclusivos e irrestrictos.

Un mal uso que irrita a los conductores motorizados es el de muchos biciandantes de despacioso andar por las ciudades. Tras seguirlos un trecho más o menos largo, con paciencia y comprensión franciscana a una velocidad en la que es difícil manejar el vehículo, consiguen adelantarlos. El trecho delante de ellos es forzosamente breve, pues el semáforo detiene el tráfico de inmediato. Y he aquí que, ahí detenidos, el biciandante llega a la altura del coche lo rebasa y se pone delante de él. Vuelta a la procesión.

Mas no quiero concluir sin señalar el peligro que para sí representan los propios ciclistas, que el uso de ese vehículo no es precisamente un juego sin riesgo. Déjenme apuntar, en primer lugar, el terror que me produce el ver circular por carreteras estrechas y llenas de curvas, a padres y madres en procesión, con tiernos infantes en su portabultos o, entre ellos, en diminutos vehículos en los que se desplazan con más o menos inseguridad. Ya sé que son los ángeles del futuro y están tocados por la sacralidad. Pero me pregunto si son, al mismo tiempo, conscientes de su inmensa fragilidad.

Porque, lo constato, tengo varios amigos ciclistas y adultos con roturas de todas clases en brazos, antebrazos y manos. Algunos ya se han retirado, otros persisten, pese a todo, llevados por su amor al ingenio.

En resumen, respeto y cuidado por y con los ciclistas, por frágiles, por seres humanos, no por ser ángeles del futuro. Y ellos, respeto a los demás, que no están por encima de ellos por ir montados ahí, y, sobre todo, prudencia y consciencia de su vulnerabilidad.

Compartir el artículo

stats