La Nueva España

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LNE FRANCISO GARCIA

Billete de vuelta

Francisco García

Cacerolas y fandangos

Oda al buen humor patrio, que resiste aunque estén cayendo chuzos de punta

El humor que no falte en un país pleno de pícaros desde lejanos tiempos de buscones y lazarillos. Resulta muy sano habitar una nación (suma de territorios dispares pero hermanados en un fin común) que hace de la risa y de la chanza, de la crítica mordaz y de la sátira, un pasatiempo que a fuerza de repetirse se ha convertido en un modo de vida. Un orgullo compartir nacionalidad con Gila, con Julio Camba, con Wenceslao Fernández Flórez, con Mingote, con Forges, con Tip y Coll, con los geniales impenitentes de "La Codorniz"; con los iconoclastas dibujantes y guionistas de "El Jueves", con El Pobrecito Hablador...

Con la que está cayendo, chuzos de punta como espadas estalactitas sobre esta banderillada piel de toro a cuenta de la amenaza, bien cierta, del independentismo catalán, aún queda tiempo para gloriosas salidas al paso contra la intolerancia y la cerrazón de los intransigentes dogmáticos. Es el caso de ese guardia civil sevillano que respondió con un fandango desde el balcón del hotel en el que se encuentra alojado a la sonora cacerolada nocturna de un grupo de independentistas.

En España, un país que se ríe de sí mismo y de la periferia, el chiste es muestra evidente de la desobediencia civil. Para los españoles, los catalanes no son independentistas irredentos: son esencialmente agarraos.

En esta tesitura, anímese el presidente del Gobierno, póngase en la nariz una pinza de la ropa y cubra la sesera con un casco bélico, levante el teléfono y trate de poner freno a esta locura: "¿Es ahí Puigdemont? Que se ponga".

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