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andres montes

Urnas, por fin

El objeto que todo lo mueve en Cataluña

Al fin vemos las urnas catalanas, el epicentro de toda la confrontación que hace temblar la arquitectura política de España desde la Transición. En la inflamación verbal que acompaña al proceso secesionista, las urnas han llegado a adquirir una trascendencia simbólica que las acerca al tesoro de los nibelungos. El celo protector puesto en su custodia, ante la amenaza de la incautación, consiguió que, a diferencia de papeletas, censo y notificaciones, el objeto primordial de mañana en Cataluña escapara a los implacables registros policiales.

Rodeadas por ese aura de objeto sagrado y oculto a todas la miradas, la primera presencia pública de las urnas genera la desilusión de comprobar que proceden de algún laberíntico y abigarrado bazar chino y no del fondo de las aguas del Rhin. Con sus 55 litros de capacidad, traslúcidas puesto que no había exigencia de que fueran transparentes, como pieza inaugural del catálogo de la república independiente resultan decepcionantes. La fe soberanista, que todo lo mueve estos días, confía en que mañana esos contenedores de plástico, a cinco euros la unidad, experimenten una transubstanciación por efecto de los votos. Si no fuera así, siempre se podrán reciclar para otros usos menos nobles, pero más prácticos y libres de todo efecto agitador. Son las bondades del diseño.

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