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Millas

El trasluz

Juan José Millás

Dónde

Siempre me pareció una anomalía vivir lejos del mar. Sin embargo, he vivido en Madrid más de sesenta años, experimentados como un paréntesis que sigue sin cerrarse. Podríamos decir que todo lo que he hecho ha sido y sigue siendo provisional: una distracción del objetivo único: el de instalarme en la costa. He ahí una provisionalidad fantástica. Vivir en Madrid me ha obligado a transformar lo duradero en temporal. En otras palabras, he convertido el desorden en un método. Puede lograrse si el desorden te resulta muy desestabilizador. Desde pequeño, no he hecho otra cosa que combatir el caos. En casa éramos nueve hermanos, por lo que jamás las sillas del comedor estaban en su lugar. Cuando regresaba del colegio, me afanaba en recolocarlas alrededor de la mesa del modo más simétrico posible. Si se tiene en cuenta que yo era más bajo que las sillas, se comprenderá el esfuerzo que implicaba.

Ahí estoy, en fin, como un loco obsesivo, recolocando el mundo. El orden duraba lo que tardaban en llegar mis hermanos para merendar. Pero yo volvía a recomponerlo todo con una obstinación enfermiza. No podía abandonarme al caos. De lo contrario, algo horrible sucedería, nos sucedería. Nadie, en casa, era consciente de que el universo conservaba su equilibrio gracias a mí. Es posible que los planetas mantengan sus órbitas debido al esfuerzo de la gente que no pisa las rayas del suelo de la calle, o que se lava las manos siete veces al día.

Ahora vivo en el desorden. En un desorden sometido a control, es cierto, pero que cada día me gana una batalla. Los libros, por ejemplo, yacen amontonados, llenos de polvo, y quizá de lepismas, por todos los rincones de mi estudio. Cada vez que comienzo una novela, me digo que me desprenderá de ellos cuando la termine. Pero han pasado ya tres o cuatro novelas desde que tomé la decisión y las pilas, lejos de disminuir, han crecido. Siempre hago proyectos de limpieza para cuando termine la novela que tengo entre manos, pero siempre los incumplo. Me arrepiento, claro, por lo que he convertido el arrepentimiento en mi estado natural. Me arrepiento de vivir en Madrid. Es una anomalía. La pregunta es dónde moriré y si mi muerte la corregirá.

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