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Hay vida más allá de los nietos

Una conversación entre dos abuelos

-No se ofenda, después de los míos, sus nietos son los más guapos y listos.

-¿Y por qué ahora saca los nietos a relucir?

-Hombre, pura sensatez, ¿Cree que merece la pena hablar a estas alturas de otros asuntos? Total, abuelo, para lo que nos queda en el convento.

-Mirándolo así.

-Mire. Por ejemplo, la olla catalana, a punto de ebullición, saltará en pedazos y los garbanzos nos darán en pleno hocico. Cuando el sofrito tiene una base de intolerancia y fanatismo, a partes iguales, el guiso sale envenenado y terminaremos nuestros días con cagalera. Al loro.

-Ya, mire lo que dice la prensa. Dice que António Guterres, el nuevo secretario de Naciones Unidas, en la primera ocasión de dirigirse a los suyos enumeró el patético mobiliario del panorama actual. Ha puesto a parir la política de puertas cerradas a la migración y los refugiados. De paso, denunció la desigualdad social creciente. También dijo que se le ponían de corbata ante la estupidez de sacar otra vez a la palestra las bombas atómicas y amenazar con un conflicto nuclear. No dejó a un lado la amenaza permanente del terrorismo, ni las consecuencias del cambio climático por el capitalismo salvaje que hipócritamente se cuela en nuestras filas. Estos mensajes van dirigidos a la Administración que preside Donald Trump.

-Jopé, abuelo. Ese Trump es un borrico y en su "guinness" personal de borricadas (lo malo es que habitantes hay en este planeta que le ríen las gracias) afirmó en el seno de la ONU que no queda otra elección que la "totally destroy North Korea". O sea, media docena de pepinos nucleares, como los que liquidaron Hiroshima y Nagasaki, y Corea del Norte reducido a cenizas cancerígenas con toda la vida que hay dentro, 25 millones de almas: hombres, mujeres, niños y abuelos. Cuando la bomba está por delante de la palabra, qué quiere que le diga.

-Hay más, colega, mucho más. Por eso, hablemos de los nietos; reconforta. Y dígame, para que nos vayamos entendiendo: ¿Usted es de Peppa Pig o de Pocoyó?

-Esa pregunta ofende. ¡Pocoyó forever! ¿Qué puede aportar una cerdita como Peppa pig al ocio y educación de nuestros nietos? Un animal que ha sido y es referencia universal de los ambientes impregnados de excrementos y porquerías, que también se la conoce por puerca, guarra, cochina y marrana. Imagínese si el padre de la desdichada criatura no hubiera echado mano del "pig"; los nenos hablarían de Peppa Guarra o Peppa Marrana. Admito el antropomorfismo con animales siempre y cuando sean sus deudores Esopo, La Fontaine o Samaniego. ¡Peppa Pig, no hombre, no!

-El que ofende es usted. ¡Peppa Pig for president! ¿Lo oyó bien? Intuyo que su cultureta anquilosada y wikipédica no le permite ver más allá de la punta de su nariz. Peppa Pig representa la revolución y el triunfo de aquellos seres tradicionalmente ultrajados sin motivo alguno y que gracias a Astley y Baker retornan al encomiable escenario de los sueños de nuestros nietos. Porque Pocoyó, por favor, hombre, el mismo nombre lo define, poco y yo, ese renacuajo sin autoestima, vestidito de pies a cabeza de azul, ya sabe, de azul, signo inequívoco de conservadurismo, continuidad y tradición. Nada que estimule el espíritu creativo que demanda el nieto de hoy, base esencial para que discurran los recién destetados por la senda de la paz y la prosperidad.

-¡Es usted un rojo!

-¡Y lo suyo está pintado de azul!

Lo dicho, hay vida más allá de los nietos. Por desgracia.

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