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LNE FRANCISO GARCIA

Billete de vuelta

Francisco García

Una de calamares

Barcos que inundan la bahía de madrugada para la captura del cefalópodo en celo

Una veintena de barquitos faenaba al amanecer de ayer en la bahía gijonesa, frente a la playa de San Lorenzo. "Han salido al calamar", comenta un jubilado andarín de panza halagüeña cuando nota que quedó varado en la barandilla del paseo de El Muro observando las embarcaciones al devalo.

Al calamar de potera debe esta ciudad parte de su éxito gastronómico, ése que se captura desde agosto a noviembre, en su época de apareamiento, que es cuando su textura es más fina y agrada más su sabor. La palabra calamar deriva del latín "calamus", que significa caña o pluma de escribir. De manera que se trata de una especie literaria y mítica que ha hecho correr ríos de tinta y que de cuando en cuando aflora a la superficie marítima en su versión más cinematográfica, como ese ejemplar hembra de 10 metros de largo y 150 kilos de peso desembarcado hace dos años en el muelle del Rendiello.

Viene a la memoria hoy un descubrimiento sorprendente de hace unos años de científicos alemanes: el calamar gigante copula sin comprobar antes el sexo de su pareja. O sea, que en materia sexual el cefalópodo grandón se rige sin pies ni cabeza: primero dispara y luego pregunta si trabajas o estudias. Dicen los científicos que ese afán del calamar en hacer a pelo y a pluma tiene que ver con que son pocos y de corta vida. De ahí la urgencia en reproducirse aun a riesgo de gastar la pólvora en salvas. Con esa extraña conducta de salir del armario de los fondos abisales, el calamar gigante trae fritos a los científicos. Los trae a la romana.

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