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Iban a llevarlos al paraíso

El fracaso de la aventura secesionista

Dicen que el nacionalismo es un sentimiento, como el humo del alma, y en esa nave sin anclajes, los aventureros del Govern y sus cómplices iban a llevar al pueblo catalán al paraíso; les dijeron que el futuro iba a ser Jauja y que, como España les roba, a partir del instante de la suelta, con el sólo hecho de la ruptura, iban a empezar a atar los perros con longaniza, a repartir muchos más euros per cápita. Que las empresas, las industrias y los bancos serían un sólido cimiento y que la nueva República tendría el reconocimiento universal y sería admitida como un miembro solvente en la UE. Además, que el Barça seguiría en la Liga española y que todos serían prósperos y felices. Llevaban muchos años preparando el momento, pero el discurso de los conjurados era de carga hueca, porque los sentimientos que excitaron no eran otra cosa que una exaltación emocional, una coartada para la impunidad de sus miserias, no la mayor el tres por ciento, mediante el asalto a la legislación vigente y a la convivencia. Y darían prioridad a la amnistía, naturalmente, como primer gesto de la soberanía republicana. En fin, se disponían a dinamitar la Constitución que habían aprobado con el mayor porcentaje de participación positiva de toda España, y para hacerlo convocaron a sus conmilitones, porque pretendían conseguir por la presión callejera lo que la ley no les concedía.

Pero el humo de su proyecto, con la mayor violación de leyes conocida, más disparatados engaños y cinismo impropios de un país civilizado, chocaron con la dura realidad de que había otros catalanes que no se sienten representados por tanta ilegalidad, tanta mentira, tanta torpeza, tanta falta de seny, que es de lo que siempre presumen, y tanta inmoralidad. Les quedó muy poco del Estado de Derecho por atropellar. Y, finalmente, ante la deriva del proceso, ¡vaya susto!, los más relevantes bancos y empresas empezaron un éxodo en riada, en busca de territorio con seguridad jurídica para no quedarse agarrados a la brocha cuando España y la UE les retiraran la escalera. Y a los del tres por ciento, y mucho más, empezó a temblarles la tierra bajo los pies, y la tiritona se extendió a todo el cuerpo, y en sus carrera de chapuzas, consumaron el "sí pero no" para acabar de redondear la marcha del despropósito que no cesa. Y hasta "La Vanguardia", uno de los diarios de cámara de los sediciosos durante años, editorializó rindiendo armas y bagajes.

Iban a llevarlos al paraíso, al país de Jauja y, al final, los llevaron a la decepción, a la vergüenza, a la humillación hasta depositarlos ante el muro infranqueable de la Ley, que es el Estado de Derecho, y ante la realidad fría del dinero, que siempre huye de las aventuras y de los aventureros, en busca de las seguridades que nunca se sustentan sobre los sentimientos sino en la prosa del dos más dos son cuatro.

Y después del cómico espectáculo del martes en el Parlament, y los precedentes, un circo repleto de clones y funambulistas, una vergüenza nacional, a donde llevaron a los catalanes, a los del sí y a los del no, fue al borde del abismo y a las puertas de la miseria. Y, contra muchos que piensan diferente, creo que el Gobierno actuó con prudencia, proporcionalidad y cierta astucia, porque dejó al Govern y satélites, en su galope desenfrenado sin ley, frente al estrelladero. ¿Y ahora, qué? Todos atentos a la respuesta, porque después de todo cuanto pasó, la pelota, tras tanto bote y rebote, les cayó en el tejado a Puigdemon y a sus socios: o confirma la independencia o el artículo 155, que es la Constitución. Porque, o la Democracia se asienta sobre las leyes o es una aventura totalitaria, y eso ya lo conocemos.

Mientras, en Europa esperan, por el bien de todos, que las cosas vuelvan por la senda constitucional. Y luego ya hablaremos.

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