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Sol y sombra

La respuesta

El Gobierno confía en una respuesta tranquilizadora de Puigdemont. "No, yo no declaré la independencia". La esperan Rajoy, Pedro Sánchez, gran parte del mundo empresarial, muchísimos catalanes y españoles, y también Pablo Iglesias y Ada Colau. Incluso la facción del PDECat que ve en el tránsito hacia la ruptura un riesgo peligroso insuficientemente calculado. El "sí declaré la independencia" lo anhelan los Jordis, el músculo republicano de ERC, el ala dura de su partido y los catalanes que el otro día pusieron a enfriar el cava para celebrar la república independiente.

Sin embargo, Puigdemont, el golpista que ha sustituido el tricornio por el flequillo, es probable que no diga sí ni no, sino más bien algo ambiguo que conduzca en los próximos días a un diálogo de besugos entre un catalán indeciso y un gallego temeroso. La España movilizada está en vilo. La Cataluña secesionista se muerde las uñas. Hay que admitirlo, el famoso procés pertenece a esa mecánica nacional que no sabe distinguir entre el drama y la comedia y que se mueve fabricando a raíz de ellas situaciones ingeniosas para aliviar la tensión.

No sabemos lo que va a pasar. Se invoca el artículo 155 como si se tratase de un estado de sitio siendo como es un instrumento constitucional para intervenir una autonomía desobediente con las leyes y mal gestionada. El Partido Socialista ha empujado al PP a una reforma constitucional que casi nadie en España considera agotada si le preguntas qué es lo que realmente quiere cambiar de ella. El modelo federal sería conveniente en el supuesto que con él se lograse fijar y normalizar, como sucede en otros países, los deberes autonómicos hasta ahora descontrolados. El confederal, que pretende Podemos y en un momento dado estarían dispuestos a considerar los nacionalistas catalanes más moderados, es un despropósito que acabaría por minar la solidaridad territorial. La plurinacionalidad de Sánchez es un vértigo intelectual y de la razón. Además de una estupidez.

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