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Nos quedan los poetas

El 3 de octubre de 1981, hace treinta y seis años, José Hierro, el poeta laureado con el primer "Príncipe de Asturias" de las Letras, pronunció en el Campoamor un bello, emotivo e histórico discurso. Habían pasado sólo unos meses del golpe de Estado de Tejero y de la dimisión de Adolfo Suárez, y ETA golpeaba con brutalidad. Un niño de 13 años, el Príncipe Felipe, que pronunciaría en esa misma ceremonia sus primeras palabras en público, lo escuchaba, probablemente sin entenderlo del todo. Hierro habló de libertad frente a tiranía y de "esa España que anhelamos".

Felipe VI tiene hoy 49 años y, desde 2014, es rey. Y su presente, el de todos, es tan incierto como inquietante. Se llama Cataluña y se llama también golpe de Estado. En esta ocasión no es una conspiración de militares y civiles nostálgicos de una cruel y larga dictadura, sino una inmensa minoría de ciudadanos, con sus líderes al frente, que han decidido saltarse la democracia y sus leyes, en una loca carrera hacia no se sabe dónde. Ellos lo llaman independencia y república.

España debería ser algo más que una bella palabra. Más allá de banderas, consignas, propaganda, manifestaciones, mal hacer político y fractura social, en este territorio dividido y escasamente vertebrado, cuyo nombre algunos políticos se niegan a pronunciar, habita una inmensa mayoría de mujeres y hombres que aspiran a vivir en democracia, en paz, sin sobresaltos, con sus afanes diarios, que ya son muchos.

Hoy, el premio "Princesa de Asturias" de las Letras es otro gran poeta europeo, Adam Zagajewski, que sabe mucho de patrias, de exilios y de la negrura de los nacionalismos. Confiemos en el resplandor de sus palabras. Los poetas saben de belleza y de verdad. Y aman la luz. Tal vez nos alumbre y encontremos el camino hacia esa España anhelada.

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