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Docente e investigadora en Historia y Protocolo

Covadonga y el Príncipe de Asturias

La histórica vinculación de la Corona con el Real Sitio

El título de Príncipe de Asturias, la venera acreditativa de tal distinción y el simbólico tributo para mantillas fueron los distintivos que don Luis Sáenz de Santamaría -presidente de la Diputación de Asturias en 1977- entregó a don Felipe de Borbón y Grecia, como señal de reconocimiento de la Corporación provincial a la institución del Principado de Asturias. El acto se celebró en la explanada de la basílica del Real Sitio de Covadonga, enmarcado en la visita que los Reyes de España, don Juan Carlos y doña Sofía, hicieron el primero de noviembre, acompañados de sus hijas, las infantas Elena y Cristina, y las hermanas del Rey, doña Margarita y doña Pilar. La jornada se celebró según un elaborado programa que comprendía todos los elementos característicos de una visita regia, repartidos entre los actos protocolarios, la ceremonia religiosa y el acto de entrega de las distinciones. Sobre todo, constituyó un ejemplo de la habilidad propagandística de los entonces responsables de comunicación de la Casa Real, que supieron ver en el Real Sitio de Covadonga el lugar ideal para el primer "baño de masas" del heredero de la Corona.

La presencia de la Familia Real no significó la primera ocasión en la que los monarcas visitaban el santuario, ni mucho menos. En 1857 se había producido la visita de los duques de Montpensier -la duquesa era hermana de la Reina y su esposo, hijo menor de Luis Felipe I de Francia-, como adelanto de la que protagonizaría Isabel II un año después, cuando en el marco del viaje realizado a Castilla la Vieja, León, Galicia y Asturias, escogería Covadonga para que sus hijo Alfonso, de pocos meses de edad, recibiera el sacramento de la confirmación. Rada y Delgado, cronista de la Reina, se refiere a las multitudes que esperaban a la Reina y su familia, las autoridades ordenadas para el recibimiento, las ceremonias religiosas, la presencia de grupos ataviados con los trajes regionales y, especialmente, al ambiente de exaltación monárquica y patriótica.

A partir de la visita de la Reina Isabel se repitieron otras de Alfonso XII y Alfonso XIII. Solos o acompañados de sus familiares más directos, acudieron a Covadonga, alimentando la consideración del Real Sitio como lugar emblemático de la historia de Asturias y de España, estrechamente vinculado a la Corona. Cuando en 1925 se produce la última visita regia anterior a la proclamación de la Segunda República -protagonizada por don Alfonso, Príncipe de Asturias- se puede decir que el lugar de Covadonga -al que se atribuye ser escenario del principio de la Reconquista- se ha consolidado como referente histórico y simbólico de vinculación entre la Monarquía y Asturias.

El protocolo y el ceremonial fueron -y siguen siendo- instrumentos al servicio de las instituciones vinculadas al poder. Las dinastías reales que a lo largo de la Historia se han ido sucediendo utilizaron como herramientas de comunicación y propaganda ceremonias que contribuyeran al reforzamiento de su imagen y consolidación de su identidad, en función de los intereses de cada época. Con ayuda del simbolismo y la emblemática, se desarrollaron unos ritos cuyo carácter fue variando por el obligado esfuerzo de adaptación, pero que en esencia contienen como rasgos propios la exaltación de la imagen y la identificación de ésta con la cultura de la sociedad de la que es representante. La función de las visitas regias es, en este sentido, fundamental, pues propicia el contacto directo de la Corona con el pueblo, aquel del que es soberano y del que recibe la soberanía.

Otro elemento de vinculación es el propio título de Príncipe o Princesa de Asturias, convertido por la Constitución de 1978 en una "dignidad que corresponde al príncipe heredero, desde su nacimiento hasta que se produzca el hecho que origine el llamamiento" y cuyo carácter ha ido variando desde sus orígenes. La intención que movió a Juan I en 1388 a conceder el título de Príncipe de Asturias a su hijo Enrique fue la de controlar un territorio que corría el riesgo de transformarse en enclave señorial. Las disposiciones de los Reyes Católicos en 1496, otorgando a su hijo Juan las rentas y jurisdicciones de las villas y ciudades de Asturias, lo convertían en una "escuela práctica de gobernación", en palabras de Santos Coronas González. Sin embargo, a pesar de la solemnidad determinada por el "asiento en trono, manto de púrpura, sombrero en la cabeza, vara de oro en la mano, beso de paz y proclamación como Príncipe de Asturias" -tal y como relatan los documentos de la época- la creación del título no se vio acompañada por una acción directa del príncipe o princesa en el territorio.

La constitución formal de la Junta General del Principado el 16 de noviembre de 1444 sí propiciaría la vinculación de forma más efectiva. En ese momento, los procuradores de Oviedo, villa de Avilés y de la mayor parte de los concejos asturianos prometieron acatar el señorío del príncipe, iniciando un camino que convertiría a la Junta en el organismo de gobierno y administración interior del Principado, entre cuyas muchas funciones, también estaba la de jurar homenaje al Príncipe o Princesa, en el momento en el que era proclamado como tal. Por una parte, juraban los prelados, grandes y comisionados de las ciudades y villas de voto en Cortes, que lo hacían en presencia directa del heredero. Por la otra, y en el caso del Principado, correspondía a su gobernador recibir el juramento de fidelidad y pleito homenaje del obispo y los títulos de Castilla residentes en el Principado. El acto se celebraba en Oviedo, generalmente en la catedral, aunque también se produjeron juras en el monasterio de San Vicente de Oviedo -1761- y en el oratorio del Palacio Episcopal -1833-. Durante el reinado de Fernando VII, en 1830, quedó establecido el uso de la placa y la entrega del tributo para mantillas, además del reconocimiento del papel efectivo de los diputados asturianos en la ceremonia de proclamación, que por fin, con ocasión del bautismo y presentación de Alfonso, hijo de Isabel II, nacido en 1857, lograron la ansiada función de ser los primeros en imponer las insignias asturianas al príncipe, por delante del Toisón de Oro y las grandes cruces de Carlos III, Isabel la Católica y San Juan de Jerusalén.

La investidura de Felipe de Borbón y Grecia con los atributos de Príncipe de Asturias, en Covadonga, tuvo por tanto un carácter excepcional y único en la historia de España. Ello no resulta extraño en el especial contexto político en el que se desenvolvían los primeros capítulos de una dinastía recién instaurada, que consolidaba la continuidad tan solo seis meses después de la renuncia expresa al derecho al trono de quien había sido el Jefe de la Casa y su heredero natural, don Juan de Borbón, sin una Constitución que regulara todo lo referido a la Corona. El protocolo y el ceremonial se aliaron con la Historia y convirtieron Covadonga en un escenario ideal para la presentación del príncipe, en la que los ciudadanos participaron de forma entusiasta, por lo que significaba de renovación institucional.

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