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Eduardo Jordá

Las mentiras

Las consecuencias de decidir que la verdad no existe

En la biblioteca de la facultad leí "Las palabras y las cosas", el libro más conocido del filósofo francés Michel Foucault. Era un libro deslumbrante. Empezaba con una compleja meditación sobre Las meninas de Velázquez -el poder de la monarquía absoluta convertido en poco más que aire por un pintor cortesano- y luego se ponía a divagar sobre la americana y el bombín de Charlot. Pero lo mejor del libro venía después: Foucault aseguraba que ninguna verdad establecida era fiable, ni las históricas ni las filosóficas ni las políticas, porque todas se ajustaban a una doxa -es decir, un saber- impuesto por la ideología dominante en cada momento. Es decir, que cuando leíamos filosofía griega, no leíamos las verdades de Platón o Aristóteles, sino la forma de pensar que surgía del marco histórico y económico que las había hecho posibles (la riqueza de las polis griegas, la explotación de los esclavos o la supremacía de los varones sobre las mujeres). La conclusión de aquel libro era de las que te dejaban conmocionado durante semanas enteras: no te fíes de nada, no creas en nada, porque cuando estás leyendo una idea o un pensamiento que consideras incuestionable, te estás dejando engañar por la doxa de la época. Y la doxa lo invade todo. Nada puede escapar a ella.

Foucault, por descontado, se consideraba al margen de la doxa. Él no formaba parte del saber dominante porque él denunciaba ese saber y todas sus mentiras y manipulaciones. Con aquel libro, Foucault puso las bases de lo que sería el relativismo cultural de la posmodernidad: no existía la verdad, ninguna verdad, porque toda verdad era un producto intelectual de una determinada forma de dominación (económica, política, cultural, sexual, racial). En consecuencia, la verdad quedaba abolida de nuestro universo intelectual. Incluso la idea misma de intentar establecer una verdad se convertía en un intento reaccionario por establecer una nueva doxa con la que engañar a los incautos. Yo, por supuesto, fui uno de aquellos incautos de la doxa de Foucault.

Lo que Michel Foucault no pudo prever, o quizá no se atrevió a prever, era que anular por completo el valor de la verdad equivalía a entronizar el valor alternativo de la mentira. Si no hay una verdad cierta, si decidimos que la verdad ya no existe, cualquier mentira puede convertirse en una verdad. O peor aún, toda verdad acaba convirtiéndose en una mentira. Foucault murió de sida en 1984, de modo que no pudo llegar a conocer las triunfantes consecuencias de sus ideas acerca de la destrucción absoluta de la verdad. Pero me gustaría saber qué pensaría de Donald Trump, por ejemplo, que ha elaborado una teoría según la cual cada verdad demostrable tiene una hermana siamesa en forma de contraverdad, eso que los trumpianos llaman "los hechos alternativos". Y también me gustaría saber lo que pensaría Michel Foucault de las toneladas de mentiras que circulan por Twitter e Instagram -mentiras perfectamente fabricadas y diseñadas para alcanzar un objetivo- y que la gente se cree a pies juntillas. Por ejemplo, las toneladas de mentiras que han permitido el procés catalán y que han acabado provocando una crisis política sin precedentes que no sabemos aún cómo va a terminar, si es que se termina algún día. Y que seguramente va a provocar un gravísimo deterioro económico que como siempre pagarán los más desfavorecidos -los jóvenes y los estudiantes, sobre todo-, a pesar de que esos mismos jóvenes han sido quienes se han tragado con el mayor entusiasmo posible todas esas mentiras monstruosas pensadas para seducirles.

En una entrevista reciente, el psicólogo canadiense Steven Pinker ha dicho que "existe un acuerdo paradójico y perverso entre los ideólogos trumpianos de los hechos alternativos y los posmodernistas de la extrema izquierda". En términos políticos, esa alianza intelectual es la que forman el nacionalismo y el populismo, el nacionalpopulismo. En el caso catalán, la extrema izquierda intelectual -los herederos de Foucault y Derrida y compañía- se han puesto al servicio de una élite poderosa y corrupta a cambio de una suculenta recompensa económica. Y esa extrema izquierda intelectual, que tiene nombres y apellidos, ha elaborado una diabólica estrategia de mentiras destinadas a crear y luego desarrollar la causa del independentismo. Y los Trumps catalanes -los Puigdemont, los Mas, los Junqueras- se han apropiado de esas mentiras para construir su prodigioso castillo de naipes sobre el que han intentado edificar una nueva nación que ahora amenaza con venirse abajo de forma catastrófica. Y todo esto, ¿para qué? ¿Y por qué? Pues por una asombrosa mezcla de frivolidad, megalomanía, narcisismo y huida hacia delante para evitar los gravísimos casos de corrupción que muchos de ellos tenían pendientes. Y algún día, sí, alguien tendrá que contar la verdad de todo esto: la terrible, la devastadora verdad de todo lo que ha ocurrido en Cataluña.

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