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España versus Estado español

Crítica a un intento de deslegitimar con la lengua a la nación española

Allá por los primeros setenta, ya en las postrimerías del franquismo, los chavales del barrio de La Calzada acudíamos, en tropel, a ver las películas "de vaqueros" en el cine Rivero. No obstante, antes de que el vetusto edificio se llenara de alaridos de guerra, sonidos de disparos y ruidos del galope de los caballos (tanto dentro como fuera de la pantalla), todos los allí presentes nos teníamos que "tragar" la sesión del NO-DO, que por aquel entonces era de obligada visión en las salas de cine, con anterioridad a la proyección de la película. En mi memoria, aún permanecen grabadas las imágenes de Franco inaugurando embalses y cortando cintas, y a voz en off, que se refería a él, invariablemente, como el Generalísimo y Jefe del Estado español. Es cierto, que a partir de 1970, y coincidiendo con su declive físico, las apariciones del caudillo se fueron haciendo paulatinamente más esporádicas, pero aún así, era raro el día en que no apareciese, de una forma u otra, su rechoncha y cada vez más decrépita figura en la pantalla. Lo cierto es que, desde aquel 1 de octubre (en este caso, de 1936) en el que los generales golpistas, reunidos en la capitanía general del Burgos, nombraran al general Francisco Franco Jefe del Estado español, dicho término pasó a ser la denominación oficial de España durante el régimen político que rigió nuestros destinos entre 1939 y 1975; y ello, a pesar de que la dictadura franquista se declaró constituida como reino a partir de la Ley de Sucesión en la Jefatura del Estado, aprobada por las cortes franquistas en sesión de 7 de junio de 1947 (curiosamente, tras ser previamente aprobada en referéndum por más del 95% de los votos). Así pues, en los casi cuarenta años que median entre la segunda república y la restauración de la monarquía en la persona de don Juan Carlos I, la denominación protocolaría y jurídica de España fue la de Estado español; y así aparece, invariablemente, en los distintos tratados internacionales que se suscribieron durante el régimen franquista.

Por el contrario, la tradición laica y republicana, heredera de la Revolución Francesa y de nuestra Constitución de Cádiz, que arranca con la gran figura de Manuel Azaña y continua con la práctica totalidad de los republicanos en el exilio (desde Sánchez Albornoz a Negrín, pasando por Indalecio Prieto e incluso Dolores Ibárruri), siempre fue reacia a utilizar ese vocablo, de inequívocas resonancias totalitarias y fascistas, y prefirió aludir, de forma unánime, al término España. Así, en uno de sus grandes discursos, en 1932, Azaña señalaba que: "(?.), a mí lo que me interesa es renovar la historia de España, sobre la base nacional de España". Lo cierto es que, para todos estos libre pensadores, hombres y mujeres, todos ellos de izquierdas: "la patria es una conquista de los pueblos libres".

Por ello, la continua y reiterada alusión, hoy en día, al Estado español, por parte de los nacionalismos periféricos, los independentistas, etc., supone un evidente esfuerzo de deslegitimación de la idea de España como nación, remarcando su carácter de Estado (poder político central) opresor de las distintas naciones que, según ellos, coexisten en el suelo patrio. Labor ésta, para la que cuentan con la inestimable ayuda de un sector de la izquierda que, de forma incomprensible, se niega utilizar el término España y prefiere continuar utilizando su denominación franquista.

El 5 de mayo de 1945, las tropas estadounidenses liberaban el campo de concentración de Mauthausen; allí les recibió una pancarta escrita en español que decía: "los españoles antifascistas saludan a las fuerzas libertadoras". Harían bien, pues, en tomar buena nota de ello, todos estos autodenominados "ciudadanos del Estado español", prestidigitadores de la izquierda y tristes "compañeros de viaje" del independentismo y el nacionalismo más irredento, y que aún tienen la desfachatez de proclamarse herederos de aquellos luchadores por la libertad.

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