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Archivera-bibliotecaria de la Junta General del Principado de Asturias

La música como recurso identitario

Los himnos de las patrias: la guerra de los segadores y Asturias

Todos los pueblos tienen sus héroes, sus banderas y sus himnos. Tejen esos símbolos lazos de cohesión hacia dentro y marcan diferencias hacia fuera.

La descentralización y el estado de las autonomías, tan querido, provocó el renacer de viejos mitos y la celebración de antiguas gestas. Banderas, escudos e himnos fueron reglados, aunque estos últimos no en todos los casos. Algunos "ex novo" y otros sacados del armario más o menos apañado de la historia. Así Andalucía dio legalidad a su himno en 1982; el País Vasco y Madrid en 1983; Asturias, Galicia y la Comunidad Valenciana en 1984; Extremadura en 1985; Navarra en 1986; Cantabria en 1987; Aragón en 1989; Cataluña en 1993, y Canarias en 2003.

Ahora Cataluña, un día sí y otro también nos ocupa y preocupa, queramos o no. Y ¿quién no ha escuchado a estas alturas "Els segadors" o distingue la señera de la estelada?, ¿quién se ha resistido a mirar a qué viene eso de celebrar cada año el 11 de septiembre, la Diada? Pero no vamos a esto otro. Hoy toca la música.

Veamos el momento en el que nació "Els segadors", la canción popular que, modificada en la letra convenientemente por el nacionalismo burgués decimonónico catalán, unifica sentimientos de patria chica con pretensiones soberanas.

En la Junta General del Principado de Asturias de noviembre de 1643 decían "los dichos señores caballeros diputados que tienen por perjudiçiales las lebas de soldados que salen del Prenzipado a serbir a Su Magestad para las guerras de Cataluña" que rebelde a la Corona exigía esfuerzos en una población empobrecida, aún no recuperada de la peste que había azotado terriblemente al Principado de Asturias a fines de la anterior centuria. Las súplicas reales para que las tierras leales cubrieran las necesidades militares y de recursos para recuperar Cataluña se repetirían y serían objeto de debate en las Juntas del Principado y sus diputaciones durante toda la década y aún hasta el final de la contienda, en 1652, cuando las tropas reales al mando de Juan José de Austria tomaron Barcelona. Tanto como los combates, el cansancio catalán contra la dominación francesa, las desgracias asociadas, la promesa de un perdón general y del mantenimiento de los derechos históricos contribuyeron al fin de la rebelión.

Aquella contienda, en la que está el origen del himno catalán, tan coreado hoy, se había desencadenado en el llamado "corpus de sangre", el 7 de junio de 1640, con una revuelta terrible en Barcelona, protagonizada por campesinos segadores; fue un estallido violento fruto de un malestar incubado hacía tiempo. La monarquía hispánica, enfrentada con Francia en el marco de la europea Guerra de los Treinta Años, sufría una crisis endémica. El año de 1640 se acabó convirtiendo en el "annus horribilis" del reinado de Felipe IV. Los levantamientos en Cataluña y Portugal sirvieron de modelo al renacimiento de reivindicaciones localistas de distinto signo dentro del territorio peninsular. Hubo descontento en Aragón y en Andalucía. El valido Conde Duque de Olivares que había intentado "reducir los reinos de que se compone España al estilo y leyes de Castilla, sin ninguna diferencia" fracasó en su proyecto estrella, la Unión de Armas, para la contribución de todos a la defensa del reino en su conjunto. Olivares cayó en su intento. La nobleza local de viejo cuño se opuso, escudándose en los privilegios particulares. La oposición fue más persistente en Cataluña, celosa de sus diferencias. La presencia de tropas para defender la frontera en el principado catalán que, indisciplinadas y compuestas de mercenarios, cometían excesos ciertos y debían ser mantenidas por los lugareños incrementó el sentimiento de ahogo en una situación de empobrecimiento general. Convenientemente orientado el malestar se tradujo en separatismo. Cataluña se entregó a la Francia del Borbón Luis XIII y su poderoso ministro Richelieu. Y la monarquía hispánica emprendió una campaña bélica para recuperarla, exigiendo la contribución del resto de España. Un esfuerzo duplicado pues también Portugal, herencia de Felipe II, se había alzado para reivindicar su independencia.

Todos los años de aquel conflicto, doce, vinieron exigiendo hombres e impuestos especiales que gravaban la situación general. Clamaban los procuradores asturianos que "Su Magestad se sirva de hescusarles della atento la nezessidad y aprieto en queste Principado se alla y los muchos serviçios que çerca desta materia tienen echo" (1644). Pero como continuara la guerra vuelve a exigir la Corona "que para la canpaña en Cataluña deste presente año le sirva el Prencipado, conforme al asiento y obligaçión que tiene hecho, con quinientos soldados ymfantes" (1647). Siempre reticentes acababan cediendo, solicitando a veces el cambio de destino de Cataluña por Portugal al estar más cerca. Siempre latía "la esperanza de las paçes de Françia". En todas las reuniones de la Junta se trataba este asunto; citarlos todos es imposible y cansino. Los asturianos movilizados en tan difíciles años tuvieron entre sus destinos la villa oscense de Fraga, próxima a Lérida, y la de Tortosa en Tarragona. "La guerra de los segadores", que así se llamó, tuvo consecuencias para la monarquía española; años después, en 1659, se fijó definitivamente la frontera de los Pirineos, "la decana de Europa", con pérdidas de territorios, pobreza, pero también con un perdón general para todos los rebeldes.

Por fin, en 1652 las "jornadas catalanas" terminaron. Y del inicio de aquel largo desencuentro parece proceder "Els Segadors". La canción pasó a la cultura popular. A fines del siglo XIX fue recopilada y arreglada, adaptada a los intereses de la élite nacionalista por el poeta Emili Guanyavents para unirla a la música de Françesc Alió. A lo largo del siglo XX continuó, incluida también en repertorios de la nova cançó contra la dictadura. Cataluña aprobó "Els Segadors" titulándolo himno nacional en 1993. Una particularidad más, pues en las otras comunidades autónomas se les denominó himnos oficiales.

El himno catalán es una incitación a la lucha, lógico al nacer de una revuelta. La imagen más repetida, la hoz (falç), la herramienta campesina, es también un arma, una llamada a la rebelión, contra "esas gentes tan ufanas y arrogantes" que han de temblar ante una Cataluña triunfante. El recurso a un "buen golpe de hoz" (un bon cop de falç) se convierte en el estribillo insistentemente repetido.

Un canto que difiere del de los restantes himnos regionales, que alaban los pueblos, su historia, sus glorias, sus tradiciones y sus bellezas. Todos de admiración en su significado político. Recordemos que también falta la letra oficial (nunca la tuvo) del himno de España, la vieja Marcha Real nacida a mitad del siglo XVIII.

En un empacho de mitos bélicos enlazados, sabemos que cinco décadas después de aquella "guerra de los segadores" encontraron nuevas referencias. Cuando el conflicto de la sucesión española enfrentó a los Austrias y a los Borbones, Cataluña optó por los primeros. Sabían ya del centralismo de los segundos. "La Diada", fiesta nacional, recuerda la caída de Barcelona el 11 de septiembre de 1714 ante las tropas borbónicas. Y allí está su héroe superviviente Rafael Casanova (1660-1743), consejero jefe, herido en la refriega, perdonado luego por los vencedores.

Como licencia de orgullo propio cabe decir que los mitos de Asturias se muestran más integradores. Pelayo, el fundador del reino astur y su batalla de Covadonga, aunque entre nieblas históricas, se proyectaban hacia el exterior. Ni siquiera consta la asturianía natal de Pelayo, algo que importa poco. Y para colmo nuestro himno, el más conocido de todos, es una canción de fiesta que solo reivindica el amor por la tierra, "una canción popular carente de significado político... una excepción en el conjunto de los himnos autonómicos españoles".

Hay mitos excesivos, pero tal vez sea cierto que "los excesos del mito se corrigen mejor situando otro mito a su lado". Y escuchar el europeo "Himno de la alegría" y su letra de conciliación y encuentro parece más seductor que "un bon cop de falç".

(Información basada en las Actas Históricas de la Junta General del Principado de Asturias, Tomo II (1640-1652) y en el libro de Francisco J. Bobillo El sonajero de los pueblos, 2002).

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